Página 106 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Mensajes Selectos Tomo 1
Habéis costado mucho. “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuer-
po y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
1 Corintios 6:20
.
Pertenece a Dios lo que quizá consideréis como vuestro. Cuidad
la propiedad de Dios. El os ha comprado a un precio infinito. Es
suya vuestra mente. ¿Qué derecho tiene una persona de abusar de un
cuerpo que no le pertenece, sino que es del Señor Jesucristo? ¿Qué
satisfacción puede experimentar alguien en disminuir gradualmente
las facultades del cuerpo y de la mente debido a la complacencia
egoísta en cualquier forma?
Dios ha dado un cerebro a cada ser humano. Desea que sea
usado para su gloria. Mediante él, el hombre queda capacitado para
cooperar con Dios en los esfuerzos para salvar a los prójimos que
perecen. No tenemos demasiado poder mental ni demasiada facultad
para razonar. Hemos de educar y desarrollar cada facultad mental y
física, el mecanismo humano que ha comprado Cristo, a fin de que
podamos usarlo de la mejor manera posible. Hemos de hacer todo
lo que podamos para fortalecer esas facultades, pues Dios se agrada
de que cada vez lleguemos a ser colaboradores más y más eficientes
con él.
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Se dice de los que hacen fielmente su parte: “Somos colabora-
dores de Dios”.
1 Corintios 3:9
. Desprovisto de la ayuda divina, el
hombre puede hacer muy poco. Pero el Padre celestial y su Hijo
están listos para trabajar mediante cualquiera que se consagra a sí
mismo plenamente sobre el altar del servicio. Cada alma que está
a mi alrededor puede cooperar con Dios y trabajar aceptablemente
para él. El Señor desea que todos nos alistemos. A cada uno ha dado
una obra señalada de acuerdo con sus diversas capacidades...
Experiencia personal
A la edad de 17 años, cuando todos mis amigos pensaron que yo
había quedado permanentemente inválida debido a un grave acciden-
te que había sufrido en mi niñez, un visitante celestial vino y me ha-
bló diciendo: “Tengo un mensaje para que des”. “¡Cómo!—pensé—,
ciertamente debe haber un gran error”. Otra vez se pronunciaron las
palabras: “Tengo un mensaje para que des. Escribe y manda a la
gente lo que te doy”. Hasta ese tiempo, mi mano temblorosa no había
podido escribir una línea. Contesté: “No puedo hacerlo. No puedo