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Capítulo 75—La conducción de los niñitos a Cristo
¿Cuán precozmente pueden llegar a ser cristianos los niños?
En la niñez la mente fácilmente se impresiona y se modela, y enton-
ces es cuando los muchachos y las niñas debieran ser enseñados a
amar y honrar a Dios.—
Manuscrito 115, 1903
.
Dios quiere que todo niño de tierna edad sea su hijo, adoptado
en su familia. Por muy jóvenes que sean, pueden ser miembros de
la familia de la fe, y tener una experiencia muy preciosa. Pueden
tener corazones tiernos, y dispuestos a recibir impresiones duraderas.
Pueden sentir sus corazones atraídos en confianza y amor hacia Jesús,
y vivir para el Salvador. Cristo hará de ellos pequeños misioneros.
Toda la corriente de sus pensamientos puede cambiarse, de manera
que el pecado aparezca, no como cosa que se pueda disfrutar, sino a
la cual hay que rehuir y odiar.—
Consejos para los Maestros Padres
y Alumnos, 130
.
La edad no tiene importancia
—Una vez se preguntó a un emi-
nente teólogo qué edad debería tener un niño antes de que fuera
razonable esperar que fuera cristiano. “La edad no tiene nada que
ver”, fue la respuesta. “El amor a Jesús, la confianza, la calma, la fe,
son cualidades que condicen con la naturaleza del niño. Tan pronto
como un niño puede amar a su madre y confiar en ella, puede amar
a Jesús y confiar en él como en el Amigo de su madre. Jesús será el
Amigo del niño, amado y honrado”.
En vista de esta declaración veraz, ¿podrán ser demasiado cuida-
dosos los padres en el precepto y el ejemplo que presenten delante
de esos ojitos vigilantes y esos sentidos aguzados? Nuestra religión
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debiera ser práctica. Se necesita en nuestros hogares tanto como en
la casa de culto. No debiera haber nada frío, severo y repulsivo en
nuestro comportamiento, sino que debiéramos mostrar, mediante la
bondad y la simpatía, que poseemos corazones cálidos y amantes.
Jesús debiera ser el Huésped honrado en el círculo familiar. Debié-
ramos conversar con él, traerle todas nuestras cargas y conversar
de su amor, su gracia y su perfección de carácter. ¡Qué lección po-
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