Página 22 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
súbita y misteriosa tristeza. El, el Hijo de Dios, el Prometido de
Israel, que había vencido a la muerte arrebatándole sus cautivos,
lloraba, no presa de común abatimiento, sino dominado por intensa
e irreprimible agonía.
No lloraba por sí mismo, por más que supiera adónde iba. Getse-
maní, lugar de su próxima y terrible agonía, extendíase ante su vista.
La puerta de las ovejas divisábase también; por ella habían entrado
durante siglos y siglos las víctimas para el sacrificio, y pronto iba
a abrirse para él, cuando “como cordero” fuera “llevado al matade-
ro.”
Isaías 53:7
. Poco más allá se destacaba el Calvario, lugar de
la crucifixión. Sobre la senda que pronto le tocaría recorrer, iban a
caer densas y horrorosas tinieblas mientras él entregaba su alma en
expiación por el pecado. No era, sin embargo, la contemplación de
aquellas escenas lo que arrojaba sombras sobre el Señor en aquella
hora de gran regocijo, ni tampoco el presentimiento de su angustia
sobrehumana lo que nublaba su alma generosa. Lloraba por el fatal
destino de los millares de Jerusalén, por la ceguedad y por la dureza
de corazón de aquellos a quienes él viniera a bendecir y salvar.
La historia de más de mil años durante los cuales Dios extendiera
su favor especial y sus tiernos cuidados en beneficio de su pueblo
escogido, desarrollábase ante los ojos de Jesús. Allí estaba el monte
Moriah, donde el hijo de la promesa, cual mansa víctima que se
entrega sin resistencia, fué atado sobre el altar como emblema del
sacrificio del Hijo de Dios. Allí fué donde se le habían confirmado
al padre de los creyentes el pacto de bendición y la gloriosa promesa
de un Mesías.
Génesis 22:9, 16-18
. Allí era donde las llamas del
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sacrificio, al ascender al cielo desde la era de Ornán, habían desviado
la espada del ángel exterminador (
1 Crónicas 21
), símbolo adecuado
del sacrificio de Cristo y de su mediación por los culpables. Jerusa-
lén había sido honrada por Dios sobre toda la tierra. El Señor había
“elegido a Sión; deseóla por habitación para sí.”
Salmos 132:13
. Allí
habían proclamado los santos profetas durante siglos y siglos sus
mensajes de amonestación. Allí habían mecido los sacerdotes sus in-
censarios y había subido hacia Dios el humo del incienso, mezclado
con las plegarias de los adoradores. Allí había sido ofrecida día tras
día la sangre de los corderos sacrificados, que anunciaban al Cordero
de Dios que había de venir al mundo. Allí había manifestado Jehová
su presencia en la nube de gloria, sobre el propiciatorio. Allí se había