Página 42 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
como la causa de las mayores calamidades: hambres, pestes y terre-
motos. Como eran objeto de los odios y sospechas del pueblo, no
faltaban los delatores que por vil interés estaban listos para vender
a los inocentes. Se los condenaba como rebeldes contra el imperio,
enemigos de la religión y azotes de la sociedad. Muchos eran arroja-
dos a las fieras o quemados vivos en los anfiteatros. Algunos eran
crucificados; a otros los cubrían con pieles de animales salvajes y
los echaban a la arena para ser despedazados por los perros. Estos
suplicios constituían a menudo la principal diversión en las fiestas
populares. Grandes muchedumbres solían reunirse para gozar de
semejantes espectáculos y saludaban la agonía de los moribundos
con risotadas y aplausos.
Doquiera fuesen los discípulos de Cristo en busca de refugio, se
les perseguía como a animales de rapiña. Se vieron pues obligados
a buscar escondite en lugares desolados y solitarios. Anduvieron
“destituídos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era
digno), andando descaminados por los desiertos y por las montañas,
y en las cuevas y en las cavernas de la tierra.”
Hebreos 11:37, 38
(VM)
. Las catacumbas ofrecieron refugio a millares de cristianos.
Debajo de los cerros, en las afueras de la ciudad de Roma, se habían
cavado a través de tierra y piedra largas galerías subterráneas, cuya
obscura e intrincada red se extendía leguas más allá de los muros
de la ciudad. En estos retiros los discípulos de Cristo sepultaban
a sus muertos y hallaban hogar cuando se sospechaba de ellos y
se los proscribía. Cuando el Dispensador de la vida despierte a los
que pelearon la buena batalla, muchos mártires de la fe de Cristo se
levantarán de entre aquellas cavernas tenebrosas.
En las persecuciones más encarnizadas, estos testigos de Jesús
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conservaron su fe sin mancha. A pesar de verse privados de toda
comodidad y aun de la luz del sol mientras moraban en el obscuro
pero benigno seno de la tierra, no profirieron quejas. Con palabras
de fe, paciencia y esperanza, se animaban unos a otros para soportar
la privación y la desgracia. La pérdida de todas las bendiciones
temporales no pudo obligarlos a renunciar a su fe en Cristo. Las
pruebas y la persecución no eran sino peldaños que los acercaban
más al descanso y a la recompensa.
Como los siervos de Dios en los tiempos antiguos, muchos “fue-
ron muertos a palos, no admitiendo la libertad, para alcanzar otra