Página 423 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Capítulo 26—Los Estados Unidos en la profecía
“Fue abierto el templo de Dios en el cielo, y fué vista en su
templo el arca de su pacto.”
Apocalipsis 11:19 (VM)
. El arca del
pacto de Dios está en el lugar santísimo, en el segundo departamento
del santuario. En el servicio del tabernáculo terrenal, que servía
“de mera representación y sombra de las cosas celestiales,” este
departamento sólo se abría en el gran día de las expiaciones para
la purificación del santuario. Por consiguiente, la proclamación de
que el templo de Dios fué abierto en el cielo y fué vista el arca
de su pacto, indica que el lugar santísimo del santuario celestial
fué abierto en 1844, cuando Cristo entró en él para consumar la
obra final de la expiación. Los que por fe siguieron a su gran Sumo
Sacerdote cuando dió principio a su ministerio en el lugar santísimo,
contemplaron el arca de su pacto. Habiendo estudiado el asunto del
santuario, llegaron a entender el cambio que se había realizado en el
ministerio del Salvador, y vieron que éste estaba entonces oficiando
como intercesor ante el arca de Dios, y ofrecía su sangre en favor de
los pecadores.
El arca que estaba en el tabernáculo terrenal contenía las dos
tablas de piedra, en que estaban inscritos los preceptos de la ley
de Dios. El arca era un mero receptáculo de las tablas de la ley, y
era esta ley divina la que le daba su valor y su carácter sagrado a
aquélla. Cuando fué abierto el templo de Dios en el cielo, se vió el
arca de su pacto. En el lugar santísimo, en el santuario celestial, es
donde se encuentra inviolablemente encerrada la ley divina—la ley
promulgada por el mismo Dios entre los truenos del Sinaí y escrita
con su propio dedo en las tablas de piedra.
La ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial es el
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gran original del que los preceptos grabados en las tablas de piedra
y consignados por Moisés en el Pentateuco eran copia exacta. Los
que llegaron a comprender este punto importante fueron inducidos
a reconocer el carácter sagrado e invariable de la ley divina. Com-
prendieron mejor que nunca la fuerza de las palabras del Salvador:
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