Página 77 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Capítulo 5—El lucero de la reforma
Antes de la Reforma hubo tiempos en que no existieron sino
muy pocos ejemplares de la Biblia; pero Dios no había permitido
que su Palabra fuese destruída completamente. Sus verdades no
habían de quedar ocultas para siempre. Le era tan fácil quitar las
cadenas a las palabras de vida como abrir las puertas de las cárceles
y quitar los cerrojos a las puertas de hierro para poner en libertad a
sus siervos. En los diferentes países de Europa hubo hombres que
se sintieron impulsados por el Espíritu de Dios a buscar la verdad
como un tesoro escondido, y que, siendo guiados providencialmente
hacia las Santas Escrituras, estudiaron las sagradas páginas con el
más profundo interés. Deseaban adquirir la luz a cualquier costo.
Aunque no lo veían todo con claridad, pudieron discernir muchas
verdades que hacía tiempo yacían sepultadas. Iban como mensajeros
enviados del cielo, rompiendo las ligaduras del error y la supersti-
ción, y exhortando a los que por tanto tiempo habían permanecido
esclavos, a que se levantaran y afirmaran su libertad.
Salvo entre los valdenses, la Palabra de Dios había quedado
encerrada dentro de los límites de idiomas conocidos tan sólo por la
gente instruída; pero llegó el tiempo en que las Sagradas Escrituras
iban a ser traducidas y entregadas a gentes de diversas tierras en
su propio idioma. Había ya pasado la obscura medianoche para el
mundo; fenecían las horas de tinieblas, y en muchas partes aparecían
señales del alba que estaba para rayar.
En el siglo XIV salió en Inglaterra “el lucero de la Reforma,”
Juan Wiclef, que fué el heraldo de la Reforma no sólo para Inglaterra
sino para toda la cristiandad. La gran protesta que contra Roma le
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fué dado lanzar, no iba a ser nunca acallada, porque inició la lucha
que iba a dar por resultado la emancipación de los individuos, las
iglesias y las naciones.
Recibió Wiclef una educación liberal y para él era el amor de
Jehová el principio de la sabiduría. Se distinguió en el colegio por
su ferviente piedad, a la vez que por su talento notable y su profunda
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