Página 111 - Mensajes para los J

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Fe viviente
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perderán su poder al contemplar las glorias de esa tierra mejor que
tan pronto será nuestro hogar. Junto a la belleza de Cristo, todos los
atractivos terrenales parecerán de poco valor.
El cambio en las maneras habituales de pensar
Nadie imagine que sin un ferviente esfuerzo de su parte podrá
obtener la seguridad del amor de Dios. Cuando se ha permitido por
mucho tiempo que la mente se espacie en cosas terrenales, es difícil
cambiar las maneras habituales de pensar. Con demasiada frecuencia
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lo que el ojo ve y el oído oye atrae la atención y absorbe el interés.
Pero si queremos entrar en la ciudad de Dios y contemplar a
Jesús en su gloria, debemos acostumbrarnos a contemplarlo aquí
con el ojo de la fe. Las palabras y el carácter de Cristo deberían ser
con frecuencia el tema de nuestros pensamientos y nuestra conversa-
ción, y se debería dedicar diariamente algún tiempo a la meditación,
acompañada de oración, de estos temas sagrados.
La santificación es una tarea diaria
La santificación es una tarea diaria. Nadie se engañe creyendo
que Dios lo va a perdonar y bendecir mientras pisotee uno de sus
requerimientos. La comisión voluntaria de un pecado conocido aca-
lla la voz testificadora del Espíritu, y separa al ser de Dios. Sea cual
fuere el éxtasis del sentimiento religioso, Jesús no puede morar en el
corazón que no hace caso de la ley divina. Dios honrará solamente a
los que lo honran.
“Al ofreceros a alguien para obedecerle, sois siervos de aquel
a quien obedecéis”
Si nos dejamos dominar por la ira, la concu-
piscencia, la codicia, el odio, el egoísmo o cualquier otro pecado,
nos hacemos siervos del pecado. “Ninguno puede servir a dos seño-
res”
Si servimos al pecado, no podemos servir a Cristo. El cristiano
sentirá la incitación al pecado, pues la carne desea vivamente la sen-
sualidad, oponiéndose al Espíritu; pero el Espíritu lucha contra la
carne, manteniendo una continua batalla. Aquí es donde se necesita
la ayuda de Cristo. La debilidad humana se une a la fuerza divina, y
la fe exclama: “Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio
de nuestro Señor Jesucristo”