En el desierto
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la voluntad del Señor. Dios mismo pronunció la sentencia; y por
orden divina se condujo al blasfemador fuera del campamento, y
allí se le dio muerte por apedreamiento. Los que habían presenciado
el pecado colocaron las manos sobre la cabeza de él, atestiguando
así solemnemente la veracidad del cargo que se le hacía. Luego le
tiraron las primeras piedras, y el pueblo que estaba cerca participó
después en la ejecución de la sentencia.
A esto siguió la promulgación de una nueva ley que había de
aplicarse a ofensas semejantes: “Y a los hijos de Israel hablarás
así: Cualquiera que maldiga a su Dios cargará con su pecado. El
que blasfeme contra el nombre de Jehová ha de ser muerto; toda la
congregación lo apedreará. Tanto el extranjero como el natural, si
blasfema contra el Nombre, que muera”.
Levítico 24:15, 16
.
Hay quienes expresan dudas acerca del amor y la justicia de Dios
al aplicar un castigo tan severo por un delito consistente en palabras
habladas en un momento de ira. Pero tanto el amor como la justicia
exigen que se demuestre que las palabras pronunciadas con malicia
contra Dios constituyen un gran pecado. El castigo que se le impuso
al primer ofensor había de advertir a los demás que el nombre de
Dios debe reverenciarse. Pero si el pecado de este hombre hubiera
quedado impune, otros se habrían desmoralizado; y como resultado
de esto habría sido necesario sacrificar muchas vidas.
La “multitud mixta” que acompañaba a los israelitas desde Egip-
to daba continuamente origen a dificultades y tentaciones. Los que
la componían decían haber renunciado a la idolatría y profesaban
adorar al Dios verdadero; pero su educación y disciplina anterio-
res habían moldeado sus hábitos y sus caracteres, de modo que en
mayor o menor medida estaban corrompidos por la idolatría y la
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irreverencia hacia Dios. Ellos eran los que más a menudo susci-
taban contiendas; eran los primeros en quejarse, y corrompían el
campamento con sus prácticas idólatras y sus murmuraciones contra
Dios. Poco después del regreso al desierto, ocurrió un ejemplo de
violación del sábado, en circunstancias que dieron especial culpa-
bilidad al caso. Al anunciar el Señor que desheredaría a Israel, se
despertó un espíritu de rebelión. Un hombre del pueblo, airado por
haber sido excluido de Canaán, decidió desafiar abiertamente la ley
de Dios, y se atrevió a violar públicamente el cuarto mandamiento,
saliendo a recoger leña en sábado. Se había prohibido terminan-