La muerte de Moisés
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sus ángeles malos, se aprestó a disputar la invasión del territorio
que reclamaba como suyo. Se jactó de que el siervo de Dios había
llegado a ser su prisionero. Declaró que ni siquiera Moisés había
podido guardar la ley de Dios; que se había atribuido la gloria que
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pertenecía a Jehová -es decir que había cometido el mismo pecado
que hiciera desterrar a Satanás del cielo-, y por su transgresión había
caído bajo el dominio de Satanás. El gran traidor reiteró los cargos
originales que había lanzado contra el gobierno divino, y repitió sus
quejas de que Dios había sido injusto con él.
Cristo no se rebajó a entrar en controversia con Satanás. Pudo
haber presentado contra él la obra cruel que sus engaños habían
realizado en el cielo, al ocasionar la ruina de un gran número de
sus habitantes. Pudo haber señalado las mentiras que había dicho en
el Edén y que habían hecho pecar a Adán e introducido la muerte
entre el género humano. Pudo haberle recordado a Satanás que él era
quien había inducido a Israel a murmurar y a rebelarse hasta agotar
la paciencia longánime de su jefe, y sorprendiéndolo en un momento
de descuido, le había arrastrado a cometer el pecado que lo había
puesto en las garras de la muerte. Pero Cristo lo confió todo a su
Padre, diciendo: “¡El Señor te reprenda!”
Judas 9
. El Salvador no
entró en disputa con su adversario, sino que en ese mismo momento
y lugar comenzó a quebrantar el poder del enemigo caído y a dar la
vida a los muertos. Satanás tuvo allí una evidencia incontrovertible
de la supremacía del Hijo de Dios. La resurrección quedó asegurada
para siempre. Satanás fue despojado de su presa; los justos muertos
volverían a vivir.
Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el
dominio de Satanás. Por sus propios méritos era legalmente cautivo
de la muerte; pero resucitó para la vida inmortal, por el derecho
que tenía a ella en nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba
glorificado, y ascendió con su Libertador a la ciudad de Dios.
Nunca, hasta que se ejemplificaron en el sacrificio de Cristo,
se manifestaron la justicia y el amor de Dios más señaladamente
que en sus relaciones con Moisés. Dios le vedó la entrada a Canaán
para enseñar una lección que nunca debía olvidarse; a saber, que él
exige una obediencia estricta y que los hombres deben cuidar de no
atribuirse la gloria que pertenece a su Creador. No podía conceder a
Moisés lo que pidiera al rogar que lo dejara participar en la herencia