Página 476 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
el valor de todo Israel. Este sitio, sobre todos los demás, era el que
Caleb, confiado en el poder de Dios, eligió por heredad.
“Pues bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cua-
renta y cinco años, desde el tiempo que Jehová dijo estas palabras a
Moisés, [...] y ahora tengo ochenta y cinco años de edad. Todavía
estoy tan fuerte como el día en que Moisés me envió. Cual era mi
fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para combatir, para salir y
para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová
aquel día. Tú mismo oíste entonces que los anaceos están allí, y que
hay ciudades grandes y fortificadas. Si Jehová está conmigo, los
expulsaré, como Jehová ha dicho”. Esta petición fue apoyada por
los principales hombres de Judá. Como Caleb mismo era represen-
tante de su tribu, designado para colaborar en la repartición de la
tierra, había preferido tener a estos hombres consigo al presentar su
pedido, para que no hubiera apariencia siquiera de que se valía de
su autoridad para satisfacer fines egoístas.
Lo que pedía le fue otorgado inmediatamente. A ningún otro
podía confiarse con más seguridad la conquista de esa fortaleza de
gigantes. “Josué entonces lo bendijo, y dio a Caleb hijo de Jefone
a Hebrón como heredad [...] por cuanto se había mantenido fiel a
Jehová, Dios de Israel”.
Josué 14:13, 14
. La fe de Caleb era en esa
época la misma que tenía cuando su testimonio contradijo el informe
desfavorable de los espías. Él había creído en la promesa de Dios, de
que pondría su pueblo en posesión de la tierra de Canaán, y en esto
había seguido fielmente al Señor. Había sobrellevado con su pueblo
la larga peregrinación por el desierto, y compartido las desilusiones y
las cargas de los culpables; no obstante, no se quejó de esto, sino que
ensalzó la misericordia de Dios que le había guardado en el desierto
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cuando sus hermanos eran eliminados. En medio de las penurias, los
peligros y las plagas de las peregrinaciones en el desierto, durante
los años de guerra desde que entraron en Canaán, el Señor lo había
guardado, y ahora que tenía más de ochenta años su vigor no había
disminuido. No pidió una tierra ya conquistada, sino el sitio que por
sobre todos los demás los espías habían considerado imposible de
subyugar. Con la ayuda de Dios, quería arrebatar aquella fortaleza
de manos de los mismos gigantes cuyo poder había hecho tambalear
la fe de Israel. Al hacer su petición no fue movido Caleb por el
deseo de conseguir honores o engrandecimiento. El valiente y viejo