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Historia de los Patriarcas y Profetas
y espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos
y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame de homicidios, oh Dios,
Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia”.
Salmos 51:1-3, 7-14.
Así en un himno sagrado que debía cantarse en las asambleas
públicas de su pueblo, en presencia de la corte, los sacerdotes y
jueces, los príncipes y guerreros, y que iba a preservar hasta la
última generación el conocimiento de su caída, el rey de Israel relató
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todo lo concerniente a su pecado, su arrepentimiento, y su esperanza
de perdón por la misericordia de Dios. En lugar de ocultar la culpa,
quiso que otros se instruyeran por el conocimiento de la triste historia
de su caída.
El arrepentimiento de David fue sincero y profundo. No hizo
ningún esfuerzo para aminorar su crimen. Lo que inspiró su oración
no fue el deseo de escapar a los castigos con que se le amenaza-
ba. Pero vio la enormidad de su transgresión contra Dios; vio la
depravación de su alma y aborreció su pecado. No oró pidiendo
perdón solamente, sino también pidiendo pureza de corazón. David
no abandonó la lucha en su desesperación. Vio la evidencia de su
perdón y aceptación, en la promesa hecha por Dios a los pecadores
arrepentidos.
“Porque no quieres sacrificio,
que yo lo daría; no quieres holocausto.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
al corazón contrito y humillado
no despreciarás tú, oh Dios”.
Vers. 16, 17
.
Aunque David había caído, el Señor lo levantó. Estaba ahora en
armonía íntima con Dios y en unidad con sus semejantes. En el gozo
de su liberación cantó:
“Mi pecado te declaré
y no encubrí mi iniquidad.
Confesaré mis rebeliones a Jehová [...]