La torre de Babel
95
constructores de la torre de Babel decidieron mantener su comunidad
unida en un solo cuerpo, y fundar una monarquía que a su tiempo
abarcara toda la tierra. Así su ciudad se convertiría en la metrópoli
de un imperio universal; su gloria demandaría la admiración y el
homenaje del mundo, y haría célebres a sus fundadores. La magnífica
torre, que debía alcanzar hasta los cielos, estaba destinada a ser algo
así como un monumento del poder y sabiduría de sus constructores,
para perpetuar su fama hasta las últimas generaciones.
Los moradores de la llanura de Sinar no creyeron en el pacto
de Dios que prometía no traer otro diluvio sobre la tierra. Muchos
de ellos negaban la existencia de Dios, y atribuían el diluvio a la
acción de causas naturales. Otros creían en un Ser supremo, que
había destruido el mundo antediluviano; y sus corazones, como el de
Caín, se rebelaban contra él. Uno de sus fines, al construir la torre,
era el de alcanzar seguridad si ocurría otro diluvio. Creyeron que,
construyendo la torre hasta una altura mucho más elevada que la
que habían alcanzado las aguas del diluvio, se hallarían fuera de
toda posibilidad de peligro. Y al poder ascender a la región de las
nubes, esperaban descubrir la causa del diluvio. Toda la empresa
tenía por objeto exaltar aun más el orgullo de quienes la proyectaron,
apartar de Dios las mentes de las generaciones futuras, y llevarlas a
la idolatría.
Adelantada la construcción de la torre, parte de ella fue habitada
por los edificadores. Otras secciones, magníficamente amuebladas
y adornadas, las destinaron a sus ídolos. El pueblo se regocijaba
en su éxito, loaba a dioses de oro y plata, y se obstinaba contra el
Soberano del cielo y la tierra.
De repente, la obra que había estado avanzando tan próspera-
mente fue interrumpida. Fueron enviados ángeles para anular los
propósitos de los edificadores. La torre había alcanzado una gran
[100]
altura, y por ese motivo les era imposible a los trabajadores que esta-
ban arriba comunicarse directamente con los de abajo; por lo tanto,
fueron colocados hombres en diferentes puntos para recibir y trans-
mitir al siguiente las órdenes acerca del material que se necesitaba,
u otras instrucciones tocante a la obra. Al pasar los mensajes de uno
a otro, el lenguaje se les confundía de modo que pedían un material
que no se necesitaba, y las instrucciones dadas eran a menudo contra-
rias a las recibidas. Esto produjo confusión y consternación. Toda la