Página 245 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La prosperidad de la iglesia
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miembros? ¿Puede regir su casa con honra? ¿Qué carácter tienen sus
hijos? ¿Harán honor a la influencia del padre? Si él no ejerce tacto,
prudencia ni piedad eficaz en casa, en el manejo de su propia familia,
no es arriesgado concluir que los mismos defectos se manifestarán en
la iglesia, que se verá en ella la misma administración no santificada.
Será. mucho mejor criticar al hombre antes que se le dé el cargo más
bien que después; será mejor orar y consultar antes de dar el paso
decisivo, que trabajar para corregir las consecuencias de un paso
erróneo.
En algunas iglesias, el director no tiene las cualidades apropia-
das para enseñar a los miembros de la iglesia a trabajar. No se ha
manifestado tacto y juicio para sostener un interés vivo en la obra
de Dios. El director es tardo y tedioso; habla demasiado y hace las
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oraciones en público demasiado largas; no sostiene una relación viva
con Dios que renovaría su experiencia.
Los dirigentes de las iglesias de todo lugar debieran ser fervien-
tes, llenos de celo y desinterés; hombres de Dios, que puedan dar
el molde debido a la obra. Deben elevar con fe sus peticiones a
Dios. Pueden dedicar todo el tiempo que deseen a la oración secre-
ta, pero sus oraciones y testimonios en público deben ser cortos y
directos. Deben evitarse las oraciones largas y áridas, y las largas
exhortaciones. Si los hermanos y las hermanas quieren decir algo
que refresque y edifique a los demás, deben primero tenerlo en su
corazón. Deben relacionarse diariamente con Dios, recibiendo sus
provisiones del alfolí inagotable, y sacando de allí cosas nuevas y
viejas. Si su propia alma ha sido vivificada por el Espíritu de Dios,
alentarán, fortalecerán y estimularán a otros; pero si no han bebido
ellos mismos de la fuente de la salvación, no sabrán cómo conducir
a otros allí.
A los que aceptan la teoría de la verdad debe instárseles a ver la
necesidad de la religión experimental. Los ministros deben mantener
su propia alma en el amor de Dios, y luego, inculcar a la gente la
necesidad de una consagración individual, una conversión personal.
Todos deben obtener una experiencia viva para sí mismos; deben
tener a Cristo entronizado en el corazón, su Espíritu debe controlar
los afectos, o la profesión de fe no tendrá valor y la condición de las
personas será aún peor que si nunca hubiesen oído la verdad.