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La disposición
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físicas, su temperamento y sus apetitos.—
Historia de los Patriarcas
y Profetas, 604 (1890)
.
Disposiciones heredadas
—Dios quiere que nos ayudemos mu-
tuamente mediante la manifestación de simpatía y amor abnegado.
Hay quienes han heredado caracteres y disposiciones peculiares.
Son difíciles de tratar, pero, ¿somos perfectos nosotros? No se los
debe desanimar. No debemos hacer de sus errores una propiedad
común. Cristo se compadece y ayuda a los que comenten errores de
juicio. Sufrió la muerte por cada hombre, y por eso mismo tiene un
interés personal y profundo por todo ser humano.—
Testimonies for
the Church 9:222 (1909)
.
Hagamos que nuestra disposición sea dulce
—“Velad y orad”,
es una orden a menudo repetida en las Escrituras. En la vida de
los que obedezcan esta orden, habrá una subcorriente de felicidad,
que beneficiará a todos aquellos con quienes traten. Los que tienen
una disposición agria e irritable, se volverán buenos y amables;
los orgullosos se volverán mansos y humildes.—
Consejos para los
Maestros Padres y Alumnos, 279; 224 (1913)
.
[643]
La regularidad y el orden mejoran la disposición
—Si los
jóvenes forman hábitos de regularidad y orden, mejorarán en salud,
en energía, en memoria y en carácter.—
Conducción del Niño, 104
(1897)
.
La disposición puede ser modificada
—Dada su misericordia,
el Señor revela a los hombres sus defectos ocultos. El quiere que los
seres humanos examinen con espíritu crítico las complejas emocio-
nes y móviles de su propio corazón, y disciernan lo que está mal,
modifiquen su manera de ser y refinen sus modales. Dios anhela
que sus siervos conozcan su propio corazón. Para que éstos puedan
darse cuenta a ciencia cierta de su situación, el Señor permite que se
vean sometidos al fuego de la aflicción, y así se purifiquen.—
MeM
94m(1894)
.
La disposición lúgubre socava la eficiencia del maestro
Más que nadie, el encargado de educar a los jóvenes debe precaverse
contra el ceder a una disposición sombría o lóbrega; porque ella
le impedirá simpatizar con sus alumnos, y sin simpatía no puede
beneficiarlos. No debemos oscurecer nuestra propia senda o la ajena
con la sombra de nuestras pruebas. Tenemos un Salvador a quien re-
currir, en cuyo oído compasivo podemos volcar toda queja. Podemos