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Apéndice A—Consejo a una mujer deprimida de mediana edad
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No se le pide que lleve una carga por Ud. misma, porque Ud.
es propiedad de Cristo. Está en sus manos. Sus brazos eternos la
rodean. Su vida no ha sido pecaminosa en la acepción común del
término. Tiene un temor consciente de obrar mal, una tendencia en
el corazón a elegir lo recto, y ahora quiere apartar su rostro de los
cardos y espinas para admirar las flores.
Fije sus ojos en el Sol de Justicia. No haga un tirano de su amado
y amante Padre celestial; por lo contrario, contemple su ternura, su
piedad, su vasto amor y su gran compasión. Su amor supera al de
una madre por su hijo. La madre puede olvidarse de su hijo, pero
“yo nunca me olvidaré de ti” (
Isaías 49:15
), dice el Señor. Jesús
quiere que Ud. confíe en él. Que sus bendiciones descansen sobre
Ud. en rica medida es mi ferviente oración.
Ud. nació con una herencia de desánimo, y necesita fomentar en
sí misma constantemente sentimientos de esperanza. Recibió tanto
de su padre como de su madre una peculiar actitud concienzuda,
y también heredó de su madre la disposición a desmerecer el yo
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en lugar de exaltarlo. Una sola palabra la conmueve, cuando sólo
una severa reprensión podría conmover a alguien que tuviera otro
temperamento. Si Ud. se encontrara donde pudiera ayudar a otros,
por más pesada que fuera la carga, y por más exigente que fuera el
trabajo, Ud. lo haría todo con alegría, preocupada incluso porque no
está haciendo nada.
Samuel, que sirvió a Dios desde la infancia, necesitaba una dis-
ciplina diferente a la de otro que tuviera una voluntad asentada,
obcecada y egoísta. Su infancia no se caracterizó por la tosquedad,
aunque se manifestaron en ella los errores de la humanidad. Todo
el asunto fue desplegado delante de mí. La conozco a Ud. mucho
mejor de lo que Ud. se conoce a sí misma. Dios la ayudará a triunfar
sobre Satanás si sencillamente confía en Jesús para librar esas duras
batallas que Ud. es totalmente incapaz de llevar adelante con sus
propias fuerzas finitas.
Ud. ama a Jesús, y él la ama. Ahora bien, confíe con toda pa-
ciencia en él, diciéndole una y otra vez: Señor, soy tuya. Entréguese
de todo corazón a Cristo. No es el gozo la evidencia de que Ud. es
cristiana. Su evidencia se encuentra en un “Así dice Jehová”. Por fe,
mi querida hermana, la entrego en los brazos de Jesucristo.