Página 152 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Una conducta mezquina
Querido Hno. H,
He estado esperando la oportunidad de escribirle, pero algo me
lo ha impedido. Después de mi última visión sentí que era mi deber
presentarle con premura lo que el Señor había tenido a bien presen-
tarme. Se me señaló el pasado y se me mostró que por años, aun
antes de su casamiento, se había manifestado en usted la tenden-
cia a aprovecharse de los demás en sus transacciones comerciales.
Usted poseía un amor a las ganancias, una tendencia a la mezquin-
dad perjudicial para su progreso espiritual, y que en buena medida
menoscabó su influencia. La familia de su padre consideraba estos
asuntos desde el punto de vista del mundo, y no con respecto a la
elevada norma mencionada por nuestro divino Señor, es a saber:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con todas tus fuerzas, y con toda tu mente... Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”
Mateo 22:37-39
. En esto ha fallado usted. Cuando
somos mezquinos e injustos con el prójimo, desagradamos a Dios.
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No pasará por alto esta clase de errores y pecados si no hacemos
una confesión cabal de ellos y los abandonamos completamente.
Se me mostró el pasado y pude ver cuán livianamente conside-
raba usted estos asuntos. El Señor destacó ante mí una operación
consistente en llevar al mercado un cargamento de animales de cali-
dad inferior, tan inferior realmente que no valía la pena conservarlos,
y precisamente por eso usted los destinó a ser alimento de la gente,
y los llevó al mercado para que fueran vendidos a fin de ser comidos
por los seres humanos. Parte de uno de esos estuvo sobre nuestra
mesa por un poco de tiempo para servir de alimento a nuestra nu-
merosa familia en los días de nuestra pobreza. Usted no era el único
culpable. Algunos otros miembros de su familia eran tan culpables
como usted. No tiene importancia que hayan sido vendidos para que
los comiéramos nosotros o los mundanos. Es la violación del prin-
cipio que está en juego lo que desagrada a Dios. Usted transgredió
su mandamiento; no amó a su prójimo como a sí mismo; porque
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