Ampliando la presentación del gran conflicto
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se repetirá”. He sido despertada a la una, a las dos o a las tres de la
mañana, con algún punto fuertemente impreso en mi mente, como si
hubiera sido hablado por la voz de Dios. Se me mostró que muchos
de nuestros propios hermanos dormían en sus pecados, y aun cuando
decían ser cristianos, perecerían a menos que fueran convertidos.
He tratado de traer ante los demás las solemnes impresiones
hechas en mi mente mientras la verdad era presentada ante mí en
forma clara, para que cada uno sintiera la necesidad de tener una
experiencia religiosa por sí mismo, de tener un conocimiento del Sal-
vador por sí mismo, de buscar arrepentimiento, fe, amor, esperanza
y santidad por sí mismo.
Se me aseguró que no había tiempo que perder. Los llamados y
las amonestaciones deben ser dados; nuestras iglesias deben ser des-
pertadas, deben ser instruidas, para que puedan dar la amonestación
a todos los que puedan alcanzarse, para declarar que la espada del
Señor, que la ira del Señor sobre el mundo libertino no se demorará
más. Se me mostró que muchos prestarían oídos a las amonestacio-
nes. Sus mentes serían preparadas para discernir precisamente las
cosas que esa amonestación les señalaba.
Se me mostró que gran parte de mi tiempo ha estado ocupado en
hablar al pueblo, y que en cambio era más esencial que me dedicara a
escribir los importantes asuntos para el tomo IV
que la advertencia
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debe ir a donde no puede llegar el mensajero vivo, y que debe llamar
la atención de muchos a los importantes acontecimientos que han de
ocurrir en las escenas finales de la historia de este mundo.
A medida que se abría delante de mí la condición de la igle-
sia y del mundo, y a medida que observaba las terribles escenas
que se desarrollaban delante de nosotros, me sentí alarmada por las
perspectivas. Y noche tras noche, mientras toda la casa dormía, yo
redactaba las cosas que me fueron dadas por Dios. Se me mostraron
las herejías que se levantarán, los engaños que prevalecerán, el po-
der milagroso de Satanás—los falsos Cristos que aparecerán—que
engañarán a la mayor parte, aun del mundo religioso, inclusive, y
que arrastrarán, si es posible, aun a los elegidos.
¿Es esta obra la obra del Señor? Yo sé que lo es, y nuestro pueblo
también profesa creerlo. La amonestación y la instrucción de este
libro son necesarias para todos los que profesan creer la verdad
presente.—
Carta 1, 1890
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