Página 355 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 3 (2004)

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El pueblo murmura
Cuando los ejércitos de Israel prosperaban, se apropiaban de
toda la gloria; pero cuando eran probados por el hambre o la guerra
le achacaban a Moisés todas sus dificultades. El poder de Dios que
se manifestó en una manera notable en su liberación de Egipto,
y que de tanto en tanto era visto a lo largo de sus viajes, debiera
haberlos inspirado con fe y cerrado sus labios para siempre para
que no salieran de ellos expresiones de ingratitud. Pero el menor
indicio de que surgiría una necesidad, el mínimo temor de un peligro
de cualquier causa, contrabalanceaban los beneficios en su favor y
los hacía pasar por alto las bendiciones recibidas en sus tiempos de
mayor peligro. La experiencia por la que pasaron en el asunto de la
adoración del becerro de oro debiera haber producido una impresión
tan profunda en sus mentes que nunca tendría que haberse borrado.
Pero aunque las huellas del desagrado de Dios estaban frescas ante
ellos en sus filas raleadas y en el número que faltaba debido a sus
reiteradas ofensas contra el Ángel que los estaba conduciendo, no
tomaron a pecho estas lecciones ni redimieron su pasado fracaso
mediante una obediencia fiel; y nuevamente fueron vencidos por las
tentaciones de Satanás.
Los mejores esfuerzos del hombre más manso de la tierra no
pudieron sofocar su insubordinación. El interés abnegado de Moisés
fue retribuido con celos, sospechas y calumnias. Su humilde vida de
pastor de ovejas era por lejos más pacífica y feliz que su puesto actual
como pastor de esa vasta congregación de espíritus turbulentos. Sus
celos irrazonables eran más difíciles de manejar que los lobos fieros
del desierto. Pero Moisés no osó elegir su propio camino y hacer
lo que más le agradaba. A la orden de Dios había dejado el cayado
del pastor y en su lugar había recibido una vara de poder. No se
atrevía a deponer este cetro y renunciar a su posición hasta que Dios
lo despidiera.
Es la obra de Satanás tentar las mentes. Insinuará sus sugestiones
arteras y agitará dudas, cuestionamientos, incredulidad y descon-
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