Página 454 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
una causa para la gratitud y la alabanza y nuestros pensamientos y
deseos se someterán a la voluntad de Cristo.
En las bendiciones que nuestro Padre celestial nos ha otorgado
podemos discernir innumerables pruebas de un amor que es infinito y
una tierna compasión que sobrepasa el amor suspirante de una madre
por su hijo descarriado. Cuando estudiemos el carácter divino a la
luz de la cruz veremos misericordia, ternura y perdón mezcladas con
equidad y justicia. Como el apóstol Juan exclamaremos: “Mirad cuál
amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”.
1 Juan 3:1
. En medio del trono veremos las marcas en las manos, en
los pies y en el costado del sufrimiento que reconcilió al hombre con
Dios y a Dios con el hombre. La misericordia inigualable nos revela
un Padre infinito, que mora en una luz inalcanzable, y sin embargo,
nos recibe por los méritos de su hijo. La nube de venganza que sólo
amenazaba con miseria y desesperación, a la luz reflejada de la cruz
revela la escritura de Dios: “Vive, pecador, vive. Almas penitentes y
creyentes, vivid. He pagado el rescate”.
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Debemos reunirnos entorno a la cruz. Cristo crucificado debe
ser el tema de nuestra contemplación, de nuestra conversación y de
nuestra emoción más jubilosa. Debemos tener estas citas especiales
con el propósito de mantener fresco en nuestro pensamiento todo
aquello que recibimos de Dios y expresar nuestra gratitud por su
gran amor y nuestro deseo de confiarlo todo en la mano que fue
clavada en la cruz por nosotros. Aquí debemos aprender a hablar la
lengua de Canaán, a cantar los cánticos de Sión. Por el misterio y la
gloria de la cruz podemos valorar en su justa medida al hombre y
ver y sentir la importancia de trabajar por el prójimo para que pueda
ser elevado al trono de Dios.
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