Página 457 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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El carácter sagrado de los votos
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sacrificios voluntarios. Cuando los miembros de la iglesia desean
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que no se hagan más pedidos de recursos, dicen virtualmente que se
conformarían con que la causa no progresase.
“E hizo Jacob voto, diciendo: ‘Si fuere Dios conmigo, y me guar-
dare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido
para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será
mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios;
y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti’”.
Génesis
28:20-22
. Las circunstancias que indujeron a Jacob a hacer un voto
al Señor eran similares a las que inducen a los hombres y las mujeres
a hacerle votos en nuestro tiempo. Mediante un acto pecaminoso
había obtenido la bendición que le había prometido la segura palabra
de Dios. Al hacer esto había mostrado gran falta de fe en el poder de
Dios para ejecutar sus propósitos por desalentadoras que fuesen las
apariencias del momento. En lugar de obtener el puesto que codicia-
ba, se vio obligado a huir para salvar su vida de la ira de Esaú. Con
sólo el bastón que tenía en la mano, tenía que viajar centenares de
kilómetros por un país desolado. Había perdido el valor, y se sentía
lleno de remordimiento y timidez, y trataba de evitar a los hombres,
no fuese que su hermano airado pudiese seguirle el rastro. No tenía
la paz de Dios para consolarlo; porque le acosaba el pensamiento de
que había perdido el derecho a la protección divina.
El segundo día de su viaje se acerca a su fin. Se siente cansado,
hambriento y sin hogar, y le parece que Dios le ha abandonado. Sabe
que ha traído todo esto sobre sí mismo por su mala conducta. Le
rodean sombrías nubes de desesperación, y le parece ser un paria.
Su corazón está lleno de un terror sin nombre y apenas se atreve
a orar. Pero está tan completamente solo que siente la necesidad
de la protección divina como nunca antes. Llora y confiesa sus
pecados ante Dios, y suplica que le dé alguna evidencia de que no le
ha abandonado completamente. Pero su cargado corazón no halla
alivio. Ha perdido toda confianza en sí mismo, y teme que el Dios
de sus padres lo haya rechazado. Pero ese Dios misericordioso se
compadece del pobre hombre desamparado y pesaroso, que allega
las piedras para formar su almohada y tiene tan sólo el pabellón de
los cielos como tejado.
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En una visión nocturna ve una escalera mística, cuya base des-
cansa en la tierra, y cuya cúspide alcanza a la hueste estrellada, a los