Página 605 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

Deberes de la iglesia
Donde está el Espíritu del Señor, hay mansedumbre, paciencia,
amabilidad y longanimidad. Un verdadero discípulo de Cristo procu-
rará imitar al Modelo. Se esforzará por hacer la voluntad de Dios en
la tierra como es hecha en el cielo. Aquellos cuyos corazones están
todavía contaminados de pecado no pueden ser celosos en las buenas
obras. No guardan los primeros cuatro preceptos del Decálogo, que
definen el deber del hombre para con Dios; ni observan los últimos
seis que definen el deber del hombre para con sus semejantes. Sus
corazones están llenos de egoísmo y hallan constantemente faltas
en otros que son mejores que ellos mismos. Emprenden una obra
que Dios no les ha dado, pero dejan sin hacer la obra que él les dejó
que hiciesen, la cual consiste en cuidar de sí mismos, no sea que,
brotando alguna raíz de amargura, perturbe a la iglesia y la contami-
ne. Vuelven los ojos hacia afuera, para observar si el carácter de los
demás es correcto, cuando debieran volver los ojos hacia su interior,
para escrutar y criticar sus propias acciones. Cuando despojen al
corazón del yo, de la envidia, las malas sospechas y la malicia, no
se treparán al sitial del juicio ni pronunciarán sentencia sobre los
demás que son a la vista de Dios mejores que ellos.
El que quiera reformar a otros debe primero reformarse a sí
mismo. Debe obtener el espíritu de su Maestro y estar dispuesto
como él a sufrir oprobio y a practicar la abnegación. En comparación
con el valor de una sola alma, el mundo entero se hunde en la
insignificancia. El deseo de ejercer autoridad, de señorear sobre la
heredad de Dios, resultará, si se lo complace, en la pérdida de almas.
Los que realmente amen a Jesús procurarán conformar su vida al
Modelo y trabajar en su espíritu por la salvación de los demás.
A fin de conquistarse al hombre y asegurar su eterna salvación,
Cristo dejó las cortes reales del cielo, y vino a esta tierra, soportó
las agonías del pecado y la vergüenza en lugar del hombre, y murió
para libertarle. En vista del precio infinito pagado por la redención
del hombre, ¿cómo puede cualquiera que profese el nombre de
601