El plan de Dios para nuestras casas publicadoras
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Al elegir a hombres y mujeres para su servicio, Dios no pregun-
ta si son instruidos, elocuentes, o ricos en bienes de este mundo.
Pregunta: “¿Andan con tal humildad que yo pueda enseñarles mis
caminos? ¿Puedo poner mis palabras en sus labios? ¿Serán repre-
sentantes míos?”
Dios puede emplear a cada uno en la medida en que le es posible
derramar su Espíritu en el templo de su alma. El trabajo que él
acepta es el que refleja su imagen. Sus discípulos deben llevar, como
credenciales para el mundo, las características indelebles de sus
principios inmortales.
Centros misioneros
Nuestras casas editoriales son centros establecidos por Dios. Por
su medio debe realizarse una obra cuya extensión no conocemos
todavía. Dios les pide su cooperación en ciertos ramos de su obra
que hasta ahora les han sido ajenos.
Entra en el propósito de Dios que a medida que el mensaje pe-
netre en campos nuevos, se continúen creando nuevos centros de
influencia. Por todas partes, sus hijos deben levantar monumentos
del sábado que es entre él y ellos la señal de que los santifica. En
los campos misioneros deben fundarse casas editoriales en diver-
sos lugares. Dar carácter a la obra, formar centros de esfuerzos e
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influencia, atraer la atención de la gente, desarrollar los talentos y
aptitudes de los creyentes, establecer un vínculo entre las nuevas
iglesias, sostener los esfuerzos de los obreros y darles medios más
rápidos de comunicarse con las iglesias y de proclamar el mensaje
-tales son, entre muchas otras, las razones que abogan en favor del
establecimiento de imprentas en los campos misioneros.
Las instituciones ya establecidas tienen el privilegio, aún más,
el deber, de tomar parte en esta obra. Estas instituciones han sido
fundadas por la abnegación y las privaciones de los hijos de Dios y
gracias al trabajo desinteresado de los siervos del Señor. Dios desea
que el mismo espíritu de sacrificio caracterice estas instituciones, y
que ellas a su vez contribuyan al establecimiento de nuevos centros
en otros campos.
Una misma ley rige las instituciones y los individuos. Ellas no
deben tornarse egocéntricas. A medida que una institución se vuelva