Página 38 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Auméntense los triunfos de la cruz
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
Romanos 8:32
.
Cuando este don maravilloso e inapreciable fue concedido al
mundo, todo el universo celestial se conmovió poderosamente en un
esfuerzo por comprender el insondable amor de Dios, preocupado
por despertar en los corazones humanos una gratitud proporcional al
valor de dicho don. ¿Continuaremos indecisos entre dos opiniones,
nosotros por quienes Cristo dio su vida? ¿Le devolveremos a Dios
sólo un mínimo de las capacidades y las fuerzas que él nos ha pres-
tado? ¿Cómo podemos hacerlo sabiendo que el Comandante de todo
el cielo, comprendiendo la miseria de la raza caída, se despojó de su
manto y corona reales y habiendo tomado sobre sí la naturaleza hu-
mana, vino a esta tierra para que la unión de nuestra humanidad con
su divinidad fuera posible? Se hizo pobre para que nosotros pudiéra-
mos poseer el tesoro celestial, “un cada vez más excelente y eterno
peso de gloria”.
2 Corintios 4:17
. Pasó de una humillación a otra
con el fin de rescatarnos, hasta que él, el Divino-humano, el Cristo
sufriente, fue levantado en la cruz para atraer a todos los hombres
a sí mismo. El Hijo de Dios no pudo mostrar una condescendencia
mayor que la que mostró; no pudo haberse rebajado más.
Este es el misterio de la piedad, el misterio que ha inspirado
a los agentes celestiales a ministrar de tal manera a la humanidad
caída que en el mundo se despertará un interés intenso por el plan
de salvación. Este es el misterio que ha inducido a todo el cielo a
unirse con el hombre en la realización del gran plan de Dios para la
salvación de un mundo arruinado.
La tarea de la iglesia
La tarea de extender los triunfos de la cruz de un punto a otro
se les ha encomendado a los agentes humanos. Como cabeza de
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