Página 168 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 9 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 9
esforzarnos por llevar a todo el mundo a la armonía que hay en Jesús
y trabajar con un solo fin: la salvación de nuestros semejantes.
Hermanos míos en este ministerio, ¿aceptaréis las ricas promesas
de Dios? ¿Ocultaréis al yo para dejar aparecer a Jesús? El yo debe
morir antes que Dios pueda obrar por nuestro medio. Siento alarma
cuando veo asomar el yo aquí y allá, en uno y en otro. En el nombre
de Jesús de Nazaret, os declaro que vuestra voluntad debe morir;
debe identificarse con la voluntad de Dios. El desea fundiros y puri-
ficaros de toda mácula. Una gran obra debe ser hecha por vosotros
antes que podáis ser henchidos del poder de Dios. Os suplico que os
acerquéis a él a fin de poder recibir sus ricas bendiciones antes de
terminar estas reuniones.
Hay aquí algunos sobre quienes la luz resplandeció con brillo
por medio de advertencias y reprensiones. Cuando quiera que se den
reprensiones, el enemigo procura crear en los que son reprendidos
un deseo de simpatía humana. Quisiera, por lo tanto, amonestaros
a tener cuidado, no sea que al apelar a la simpatía ajena y repasar
vuestras pruebas pasadas, repitáis el mismo error: el de exaltaros
a vosotros mismos. El Señor hace recorrer vez tras vez el mismo
terreno a sus hijos extraviados; pero si continuamente se niegan a
escuchar las advertencias de su Espíritu, y no enmiendan todos sus
errores, él terminará por abandonarlos a su debilidad.
Hermanos, os exhorto a acudir a Cristo y a beber en abundancia
de las aguas de salud. No apeléis a vuestros propios sentimientos.
No confundáis el sentimentalismo con la religión. Dejad todo apoyo
humano y confiad por completo en Cristo. Necesitáis recibir una
nueva preparación antes de poder trabajar en la salvación de las
almas. Vuestras palabras y vuestras acciones ejercen influencia sobre
otros, y en el día de Dios deberéis dar cuenta de esa influencia. Jesús
dice: “He dado una puerta abierta delante de ti, la cual ninguno puede
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cerrar”.
Apocalipsis 3:8
. De esa puerta brota luz, y si queremos
podemos recibirla. Miremos hacia esa puerta abierta, y procuremos
recibir todo lo que Cristo quiere otorgarnos. Cada cual tendrá que
sostener un violento combate para triunfar del pecado en su propio
corazón. Por momentos, es una obra muy penosa y desalentadora;
pues al mirar los defectos de nuestro carácter, nos detenemos a
considerarlos, cuando en realidad deberíamos mirar a Jesús y revestir
el manto de su justicia. Quien quiera que entre en la ciudad de Dios