Página 66 - El Conflicto Inminente (1969)

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El Conflicto Inminente
apoderaría por la fuerza de los bienes de su vecino, y el más fuerte
se haría el más rico. Ni siquiera se respetaría la vida. La institución
del matrimonio dejaría de ser baluarte sagrado para la protección
de la familia. El que pudiera, si así lo desease, tomaría la mujer de
su vecino. El quinto mandamiento sería puesto a un lado junto con
el cuarto. Los hijos no vacilarían en atentar contra la vida de sus
padres, si al hacerlo pudiesen satisfacer los deseos de sus corazones
corrompidos. El mundo civilizado se convertiría en una horda de
ladrones y asesinos, y la paz, la tranquilidad y la dicha desaparecerían
de la tierra.
La doctrina de que los hombres no están obligados a obedecer
los mandamientos de Dios ha debilitado ya el sentimiento de la
responsabilidad moral y ha abierto anchas las compuertas para que
la iniquidad aniegue el mundo. La licencia, la disipación y la corrup-
ción nos invaden como ola abrumadora. Satanás está trabajando en
el seno de las familias. Su bandera flota hasta en los hogares de los
que profesan ser cristianos. En ellos se ven la envidia, las sospechas,
la hipocresía, la frialdad, la rivalidad, las disputas, las traiciones y
el desenfreno de los apetitos. Todo el sistema de doctrinas y prin-
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cipios religiosos que deberían formar el fundamento y marco de la
vida social, parece una mole tambaleante a punto de desmoronarse
en ruinas. Los más viles criminales, echados en la cárcel por sus
delitos, son a menudo objeto de atenciones y obsequios como si
hubiesen llegado a un envidiable grado de distinción. Se da gran
publicidad a las particularidades de su carácter y a sus crímenes. La
prensa publica los detalles escandalosos del vicio, iniciando así a
otros en la práctica del fraude, del robo y del asesinato, y Satanás
se regocija del éxito de sus infernales designios. La infatuación del
vicio, la criminalidad, el terrible incremento de la intemperancia y
de la iniquidad, en toda forma y grado, deberían llamar la atención
de todos los que temen a Dios para que vieran lo que podría hacerse
para contener el desborde del mal.
Los tribunales están corrompidos. Los magistrados se dejan lle-
var por el deseo de las ganancias y el afán de los placeres sensuales.
La intemperancia ha obcecado las facultades de muchos, de suerte
que Satanás los dirige casi a su gusto. Los juristas se dejan pervertir,
sobornar y engañar. La embriaguez y las orgías, la pasión, la envidia,
la mala fe bajo todas sus formas se encuentran entre los que admi-