Nuestra única salvaguardia
71
Satanás trata continuamente de atraer la atención hacia los hom-
bres en lugar de atraerla hacia Dios. Hace que el pueblo considere
como sus guías a los obispos, pastores y profesores de teología, en
vez de estudiar las Escrituras para saber por sí mismo cuáles son
sus deberes. Dirigiendo luego la inteligencia de esos mismos guías,
puede entonces también encaminar las multitudes a su voluntad.
Cuando Cristo vino a predicar palabras de vida, el vulgo le oía
con gozo y muchos, hasta de entre los sacerdotes y gobernantes,
creyeron en él. Pero los principales de los sacerdotes y los jefes de
la nación estaban resueltos a condenar y rechazar sus enseñanzas.
A pesar de salir frustrados todos sus esfuerzos para encontrar en
él motivos de acusación, a pesar de que no podían dejar de sentir
la influencia del poder y sabiduría divinos que acompañaban sus
palabras, se encastillaron en sus prejuicios y repudiaron la evidencia
más clara del carácter mesiánico de Jesús, para no verse obligados
a hacerse sus discípulos. Estos opositores de Jesús eran hombres a
quienes el pueblo había aprendido desde la infancia a reverenciar y
ante cuya autoridad estaba acostumbrado a someterse implícitamen-
te. “¿Cómo es posible—se preguntaban—que nuestros gobernantes
y nuestros sabios escribas no crean en Jesús? ¿Sería posible que
[79]
hombres tan piadosos no le aceptaran si fuese el Cristo?” Y fué
la influencia de estos maestros la que indujo a la nación judía a
rechazar a su Redentor.
El espíritu que animaba a aquellos sacerdotes y gobernantes
anima aún a muchos que pretenden ser muy piadosos. Se niegan
a examinar el testimonio que las Sagradas Escrituras contienen
respecto a las verdades especiales para la época actual. Llaman
la atención del pueblo al número de sus adeptos, su riqueza y su
popularidad, y desdeñan a los defensores de la verdad que por cierto
son pocos, pobres e impopulares y cuya fe los separa del mundo.
Cristo previó que las pretensiones de autoridad desmedida de
los escribas y fariseos no habían de desaparecer con la dispersión
de los judíos. Con mirada profética vió que la autoridad humana se
encumbraría para dominar las conciencias en la forma que ha dado
tan desgraciados resultados para la iglesia en todos los siglos. Y sus
terribles acusaciones contra los escribas y fariseos y sus amonesta-
ciones al pueblo a que no siguiera a esos ciegos conductores fueron
consignadas como advertencia para las generaciones futuras.