Página 92 - El Conflicto Inminente (1969)

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El Conflicto Inminente
cuando se levantare para herir la tierra.”
Isaías 13:6
;
2:10-12
;
2:20,
21
.
Por un desgarrón de las nubes una estrella arroja rayos de luz
cuyo brillo queda cuadruplicado por el contraste con la obscuridad.
Significa esperanza y júbilo para los fieles, pero severidad para los
transgresores de la ley de Dios. Los que todo lo sacrificaron por
Cristo están entonces seguros, como escondidos en los pliegues del
pabellón de Dios. Fueron probados, y ante el mundo y los despre-
ciadores de la verdad demostraron su fidelidad a Aquel que murió
por ellos. Un cambio maravilloso se ha realizado en aquellos que
conservaron su integridad ante la misma muerte. Han sido librados
como por ensalmo de la sombría y terrible tiranía de los hombres
vueltos demonios. Sus semblantes, poco antes tan pálidos, tan llenos
de ansiedad y tan macilentos, brillan ahora de admiración, fe y amor.
Sus voces se elevan en canto triunfal: “Dios es nuestro refugio y
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fortaleza; socorro muy bien experimentado en las angustias. Por
tanto no temeremos aunque la tierra sea conmovida, y aunque las
montañas se trasladen al centro de los mares; aunque bramen y
se turben sus aguas, aunque tiemblen las montañas a causa de su
bravura.”
Salmos 46:1-3 (VM)
.
Mientras estas palabras de santa confianza se elevan hacia Dios,
las nubes se retiran, y el cielo estrellado brilla con esplendor indes-
criptible en contraste con el firmamento negro y severo en ambos
lados. La magnificencia de la ciudad celestial rebosa por las puertas
entreabiertas. Entonces aparece en el cielo una mano que sostiene
dos tablas de piedra puestas una sobre otra. El profeta dice: “De-
nunciarán los cielos su justicia; porque Dios es el juez.”
Salmos
50:6
. Esta ley santa, justicia de Dios, que entre truenos y llamas fué
proclamada desde el Sinaí como guía de la vida, se revela ahora
a los hombres como norma del juicio. La mano abre las tablas en
las cuales se ven los preceptos del Decálogo inscritos como con
letras de fuego. Las palabras son tan distintas que todos pueden
leerlas. La memoria se despierta, las tinieblas de la superstición y
de la herejía desaparecen de todos los espíritus, y las diez palabras
de Dios, breves, inteligibles y llenas de autoridad, se presentan a la
vista de todos los habitantes de la tierra.
Es imposible describir el horror y la desesperación de aquellos
que pisotearon los santos preceptos de Dios. El Señor les había