¿Jugará usted con su matrimonio?
La persona incrédula puede poseer un excelente carácter moral;
pero el hecho de que no haya respondido a las exigencias de Dios y
haya descuidado una salvación tan grande, es razón suficiente para
que no se verifique una unión tal
A veces se arguye que el no creyente favorece la religión y que
como cónyuge es todo lo que puede desearse, excepto en una cosa,
que no es creyente. Aunque el buen juicio indique al creyente lo
impropio que es unirse para toda la vida con otra persona incrédula,
en nueve casos de cada diez triunfa la inclinación. La decadencia
espiritual comienza en el momento en que se hace el voto ante el
altar; el fervor religioso se enfría, y se quebranta una fortaleza tras
otra, hasta que ambos están lado a lado bajo el negro estandarte de
Satanás. Aun en las fiestas de boda, el Espíritu del mundo triunfa
contra la conciencia, la fe y la verdad. En el nuevo hogar no se
respeta la hora de oración. El esposo y la esposa se han elegido
mutuamente y han despedido a Jesús.
Al principio el cónyuge no creyente no se opondrá abiertamente,
pero cuando se le presenta el asunto de la verdad bíblica a su aten-
ción y consideración, surge en seguida el sentimiento: “Te casaste
conmigo sabiendo lo que era y no quiero que se me moleste. De
ahora en adelante quede bien entendido que la conversación sobre
tus opiniones particulares queda prohibida”. Si el cónyuge creyente
manifiesta algún fervor especial respecto de su propia fe, ello tal vez
pueda ser interpretado como falta de bondad hacia el que no tiene
interés en la experiencia cristiana
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Los que piensan en casarse deben pesar cada sentimiento y cada
manifestación del carácter de la persona con quien se proponen unir
su suerte. Cada paso dado hacia el matrimonio debe ser acompañado
de modestia, sencillez y sinceridad, así como del serio propósito de
agradar y honrar a Dios. El matrimonio afecta la vida ulterior en
este mundo y en el venidero. El cristiano sincero no hará planes que
Dios no pueda aprobar
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