Página 36 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Cristo Nuestro Salvador
así nosotros necesitamos al Espíritu de Dios en nuestros corazones.
El que bebiere de esta agua, no volverá a tener sed.
El Espíritu Santo trae el amor de Dios a nuestros corazones.
Satisface nuestros anhelos, de manera que las riquezas, los honores
y los placeres de este mundo no tienen atractivos para nosotros.
Este Espíritu nos llena de tal gozo que deseamos que los demás
participen de él. Será en nosotros como manantial de agua que brote
para bendición de cuantos nos rodean.
Y todos aquellos en quienes mora el Espíritu de Dios vivirán
para siempre con Cristo en su reino. Recibido en el corazón por
medio de la fe, es el principio de la vida eterna.
Esta bendición preciosa fué ofrecida por Cristo a la mujer sama-
ritana con la sencilla condición de que la pidiese. El nos la dará a
nosotros también bajo la misma condición.
Esta mujer había violado los mandamientos de Dios, y Cristo le
mostró que conocía los pecados de su vida. Pero también le mostró
que era su amigo que la amaba y compadecía, y que siempre que
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estuviese dispuesta a abandonar sus pecados, Dios la recibiría como
su hija.
Con alegría oyó ella esto. Llena de gozo se fué a la ciudad
cercana y llamó a los habitantes para que viniesen a ver a Jesús.
Vinieron muchos al pozo y pidieron al Señor que se quedase con
ellos. Se quedó dos días enseñándoles, y muchos escucharon sus
palabras. Se arrepintieron de sus pecados y creyeron en él como en
su Salvador.
Durante su ministerio Jesús visitó por dos veces Nazaret, donde
viviera en su infancia y juventud. Durante la primera visita entró en
la sinagoga el sábado.
Leyó la profecía de Isaías respecto a la obra del Mesías, que
había de predicar las buenas nuevas a los pobres, consolar a los
afligidos, dar vista a los ciegos y sanar a los enfermos.
Luego dijo a los oyentes que todo eso se había cumplido en aquel
día. Era la obra que él mismo estaba haciendo.
Al oír estas palabras, los oyentes se llenaron de alegría. Creyeron
que Jesús era el Mesías prometido. Sus corazones fueron conmovi-
dos por el Espíritu Santo y respondieron con amenes fervientes y
alabanzas a Dios.