Página 54 - Cristo Nuestro Salvador (1976)

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Cristo Nuestro Salvador
dirla. La obra de Dios seguirá siempre adelante, a pesar de todo lo
que haga el hombre para estorbarla o aniquilarla.
Cuando la compañía llegó a la cumbre del monte, frente a Jeru-
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salén, todo el esplendor de la ciudad se desplegó ante ella.
La muchedumbre dejó de gritar, embelesada por la repentina
visión de tanta belleza. Todas las miradas se fijaron en el Salvador,
esperando ver en su rostro la misma admiración que todos sentían.
Jesús se detuvo, una sombra de dolor se extendió sobre su sem-
blante y con asombro vió la gente que estallaba en amargo llanto.
Los que rodeaban al Salvador no comprendían su pesar; pero él
lloraba por aquella ciudad que estaba condenada a la destrucción.
Había sido el constante objeto de su afán, y su corazón se llenó
de angustia cuando comprendió que pronto iba a convertirse en
desolación.
Si su pueblo hubiera escuchado las enseñanzas de Cristo y le
hubiera recibido como Salvador, Jerusalén hubiera subsistido para
siempre. Hubiera podido llegar a ser reina de naciones, libre con el
poder que Dios le hubiera dado.
Jamás hubieran llamado a sus puertas ejércitos hostiles ni los
estandartes romanos hubieran ondeado sobre sus muros. Desde
Jerusalén la paloma de la paz hubiera tendido el vuelo hacia todas
las naciones. Jerusalén hubiera sido la gloria y la corona de la tierra.
Pero los judíos habían rechazado a su Salvador y estaban por
crucificar a su Rey. Cuando el sol se hubiera puesto aquella misma
noche, la suerte de Jerusalén quedaría sellada para siempre. (Unos
cuarenta años después, Jerusalén fué quemada y completamente
destruída por el ejército romano.)
Llegó a los gobernantes la noticia de que Jesús se estaba acercan-
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do a la ciudad con una gran compañía de adherentes. Salieron pues
a su encuentro con la esperanza de poder disolver la muchedumbre.
Con ademanes de gran autoridad preguntaron:
“¿Quién es éste?”
Mateo 21:10
.
Sus discípulos, llenos del Espíritu de inspiración, contestaron:
Adán os dirá que es la simiente de la mujer que ha de herir la cabeza
de la serpiente.
Preguntad a Abrahán, y os dirá que es Melquisedec, Rey de
Salem, Rey de paz.
Jacob os dirá: Este es Shiloh de la tribu de Judá.