Página 210 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 26—La influencia espiritual en el hogar
Podemos tener la salvación de Dios en nuestra familia; pero
debemos creer en ella, vivir para ella y tener una continua y perma-
nente fe y confianza en Dios. La restricción que la Palabra de Dios
nos impone es para nuestro propio interés. Aumenta la felicidad de
nuestra familia y de todo lo que nos rodea. Refina nuestro gusto,
santifica nuestro juicio y proporciona paz a la mente y al fin la vida
eterna. Los ángeles ministradores permanecerán en nuestras mora-
das y con gozo llevarán al cielo las nuevas de nuestro progreso en la
vida divina y el ángel registrador efectuará un registro alegre y feliz.
El Espíritu de Cristo será una influencia permanente en la vida
del hogar. Si hombres y mujeres abren el corazón a la influencia
celestial de la verdad y el amor, estos principios fluirán como ma-
nantiales en el desierto, refrigerando todo y haciendo que la frescura
aparezca donde hay ahora esterilidad y escasez
La negligencia religiosa en el hogar, el descuidar la educación
de los hijos, es algo que desagrada mucho a Dios. Si uno de vuestros
hijos estuviese en el río, luchando con las ondas y en inminente
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peligro de ahogarse, ¡qué conmoción se produciría! ¡Qué esfuerzos
se harían, qué oraciones se elevarían, qué entusiasmo se manifestaría
para salvar esa vida humana! Pero aquí están vuestros hijos sin
Cristo, y sus almas no están salvas. Tal vez son hasta groseros
y descorteses, un oprobio para el nombre adventista. Perecen sin
esperanza y sin Dios en el mundo, y vosotros sois negligentes y
despreocupados.
Satanás hace cuanto puede para apartar de Dios a la gente; y
tiene éxito cuando la vida religiosa está ahogada en las actividades
comerciales, cuando puede absorber de tal manera la mente con los
negocios que no se toma tiempo para leer la Biblia, para orar en
secreto, para mantener ardiente sobre el altar mañana y noche la
ofrenda de alabanza y agradecimiento. ¡Cuán pocos se dan cuenta
de las trampas del gran engañador! ¡Cuántos ignoran sus designios
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