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Consejos para la Iglesia
todos sin desorden ni conversación, sintiendo que están en la pre-
sencia de Dios, que su ojo descansa sobre ellos y que deben obrar
como si estuviesen en su presencia visible. Nadie se detenga en los
pasillos para conversar o charlar, cerrando así el paso a los demás.
Las dependencias de las iglesias deben ser investidas con sagrada
reverencia. No debe hacerse de ellas un lugar donde encontrarse con
antiguos amigos, y conversar e introducir pensamientos comunes
y negocios mundanales. Estas cosas deben ser dejadas fuera de la
iglesia. Dios y los ángeles han sido deshonrados por la risa ruidosa
y negligente, y el ruido que se oye en algunos lugares.
Los niños deben ser reverentes
Padres, elevad la norma del cristianismo en la mente de vuestros
hijos; ayudadles a entretejer a Jesús en su experiencia; enseñadles
a tener la más alta reverencia por la casa de Dios y a comprender
que cuando entran en la casa del Señor deben hacerlo con corazón
enternecido y subyugado por pensamientos como éstos: “Dios está
aquí; ésta es su casa. Debo tener pensamientos puros y los más santos
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motivos. No debo abrigar orgullo, envidias, celos, malas sospechas,
odios ni engaño en mi corazón; porque vengo a la presencia del
Dios santo. Este es el lugar donde Dios se encuentra con su pueblo
y lo bendice. El Santo y Sublime, que habita en la eternidad, me
mira, escudriña mi corazón, y lee los pensamientos y los actos más
secretos de mi vida”.
La mente delicada y susceptible de los jóvenes forma su con-
cepto de las labores de los siervos de Dios por la manera en que
sus padres las tratan. Muchas cabezas de familias hacen del culto
un asunto de crítica en casa, aprobando algunas cosas y condenan-
do otras. Así se critica y pone en duda el mensaje de Dios a los
hombres, y se lo hace tema de liviandad. ¡Sólo los libros del cielo
revelarán qué impresiones hacen sobre los jóvenes estas observacio-
nes descuidadas e irreverentes! Los niños ven y comprenden estas
cosas mucho más rápidamente de lo que puedan pensar los padres.
Sus sentidos morales quedan mal encauzados, cosa que el tiempo
nunca podrá cambiar completamente. Los padres se lamentan por
la dureza de corazón de sus hijos, y por lo difícil que es despertar