Página 403 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 52—El bautismo
Los ritos del bautismo y de la santa cena son dos columnas
monumentales, una fuera de la iglesia y la otra dentro de ella. Sobre
estos dos ritos, Cristo ha inscrito el nombre del verdadero Dios.
Cristo ha hecho del bautismo la señal de entrada en su reino
espiritual. Ha hecho de él una condición positiva que todos deben
cumplir si desean ser considerados bajo la autoridad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Antes que el hombre pueda hallar hogar en
la iglesia, antes de cruzar el umbral del reino espiritual de Dios, debe
recibir la impresión del divino nombre: “Jehová, justicia nuestra”.
Jeremías 23:6
.
Por el bautismo se renuncia muy solemnemente al mundo. Los
que son bautizados en el triple nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, al comienzo mismo de su vida cristiana declaran
públicamente que han abandonado el servicio de Satanás y que han
llegado a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial.
Han obedecido la orden: “Salid de en medio de ellos, y apartaos... y
no toquéis lo inmundo”. Y para ellos se cumple la promesa: “Y seré
para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el
Señor Todopoderoso”.
2 Corintios 6:17, 18
[536]
Los votos que asumimos con el bautismo abarcan mucho. En el
nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, somos sepultados como
en la muerte de Cristo, y levantados a semejanza de su resurrección,
y hemos de vivir una vida nueva. Nuestra vida debe quedar ligada
con la vida de Cristo. Desde entonces en adelante el creyente debe
tener presente que está dedicado a Dios, a Cristo y al Espíritu Santo.
Debe subordinar a esta nueva relación todas las consideraciones
mundanales. Ha declarado públicamente que ya no vive en el orgullo
y complacencia propia. Ya no ha de vivir en forma descuidada e
indiferente. Ha hecho un pacto con Dios. Ha muerto al mundo y
debe vivir para Dios y dedicarle toda la capacidad que le confió,
sin perder jamás de vista el hecho de que lleva la firma de Dios; es
un súbdito del reino de Cristo, participante de la naturaleza divina.
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