Página 133 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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En la encrucijada de los caminos
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separarse de ella para siempre. En presencia de gran número de
estudiantes, doctores y personas de todas las clases de la sociedad,
quemó Lutero la bula del papa con las leyes canónicas, las decretales
y otros escritos que daban apoyo al poder papal. “Al quemar mis
libros—dijo él—, mis enemigos han podido causar mengua a la
verdad en el ánimo de la plebe y destruir sus almas; por esto yo
también he destruido sus libros. Ha principiado una lucha reñida;
hasta aquí no he hecho sino chancear con el papa; principié esta obra
en nombre de Dios, y ella se acabará sin mí y por su poder” (
ibíd
.,
cap. 10).
A los escarnios de sus enemigos que le desafiaban por la debili-
dad de su causa, contestaba Lutero: “¿Quién puede decir que no sea
Dios el que me ha elegido y llamado; y que ellos al menospreciarme
no debieran temer que están menospreciando a Dios mismo? Moisés
iba solo a la salida de Egipto; Elías estaba solo, en los días del rey
Acab; Isaías solo en Jerusalén; Ezequiel solo en Babilonia [...]. Dios
no escogió jamás por profeta, ni al sumo sacerdote, ni a otro perso-
naje distinguido, sino que escogió generalmente a hombres humildes
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y menospreciados, y en cierta ocasión a un pastor, Amós. En todo
tiempo los santos debieron, con peligro de su vida, reprender a los
grandes, a los reyes, a los príncipes, a los sacerdotes y a los sabios
[...]. Yo no digo que soy un profeta, pero digo que deben temer
precisamente porque yo soy solo, y porque ellos son muchos. De lo
que estoy cierto es de que la palabra de Dios está conmigo y no con
ellos” (
ibíd
.).
No fue sino después de haber sostenido una terrible lucha en su
propio corazón, cuando se decidió finalmente Lutero a separarse de
la iglesia. En aquella época de su vida, escribió lo siguiente: “Cada
día comprendo mejor lo difícil que es para uno desprenderse de
los escrúpulos que le fueron imbuidos en la niñez. ¡Oh! ¡cuánto
no me ha costado, a pesar de que me sostiene la Santa Escritura,
convencerme de que es mi obligación encararme yo solo con el
papa y presentarlo como el Anticristo! ¡Cuántas no han sido las
tribulaciones de mi corazón! ¡Cuántas veces no me he hecho a mí
mismo con amargura la misma pregunta que he oído frecuentemente
de labios de los papistas! ‘¿Tú solo eres sabio? ¿Todos los demás
están errados? ¿Qué sucederá si al fin de todo eres tú el que estás en
error y envuelves en el engaño a tantas almas que serán condenadas