Página 143 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Un campeón de la verdad
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encuentro, y algunos amigos le ponían en guardia contra el propósito
hostil que respecto de él acariciaban los romanistas. “Os echarán en
una hoguera—le decían—, y os reducirán a cenizas como lo hicieron
con Juan Hus”. Él contestaba: “Aun cuando encendiesen un fuego
que se extendiera desde Worms hasta Wittenberg, y se elevara hasta
el cielo, lo atravesaría en nombre del Señor; compareceré ante ellos,
entraré en la boca de ese Behemoth, romperé sus dientes, y confesaré
a nuestro Señor Jesucristo” (
ibíd
.).
Al tener noticias de que se aproximaba a Worms, el pueblo se
conmovió. Sus amigos temblaron recelando por su seguridad; los
enemigos temblaron porque desconfiaban del éxito de su causa. Se
hicieron los últimos esfuerzos para disuadir a Lutero de entrar en la
ciudad. Por instigación de los papistas se le instó a hospedarse en
el castillo de un caballero amigo, en donde, se aseguraba, todas las
dificultades podían arreglarse pacíficamente. Sus amigos se esforza-
ron por despertar temores en él describiéndole los peligros que le
amenazaban. Todos sus esfuerzos fracasaron. Lutero sin inmutarse,
dijo: “Aunque haya tantos diablos en Worms cuantas tejas hay en
los techos, entraré allí” (
ibíd
.).
Cuando llegó a Worms una enorme muchedumbre se agolpó a
las puertas de la ciudad para darle la bienvenida. No se había reunido
un concurso tan grande para saludar la llegada del emperador mismo.
La agitación era intensa, y de en medio del gentío se elevó una voz
quejumbrosa que cantaba una endecha fúnebre, como tratando de
avisar a Lutero de la suerte que le estaba reservada. “Dios será mi
defensa”, dijo él al apearse de su carruaje.
Los papistas no creían que Lutero se atrevería a comparecer en
Worms, y su llegada a la ciudad fue para ellos motivo de profunda
consternación. El emperador citó inmediatamente a sus consejeros
para acordar lo que debía hacerse. Uno de los obispos, fanático
papista, dijo: “Mucho tiempo hace que nos hemos consultado so-
bre este asunto. Deshágase pronto de ese hombre vuestra majestad
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imperial. ¿No hizo quemar Segismundo a Juan Hus? Nadie está obli-
gado a conceder ni a respetar un salvoconducto dado a un hereje”.
“No—dijo el emperador—; lo que uno ha prometido es menester
cumplirlo” (
ibíd
., cap. 8). Se convino entonces en que el reformador
sería oído.