Página 168 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
“¿No es, por tanto, el cristianismo la mejor salvaguardia para la
seguridad general?”—
Wylie
, lib. 8, cap. II.
Los diputados habían exhortado a los concejales a que no aban-
donarán la iglesia, porque, fuera de ella, decían, no hay salvación.
Zuinglio replicó: “¡Que esta acusación no os conmueva! El funda-
mento de la iglesia es aquella piedra de Jesucristo, cuyo nombre dio
a Pedro por haberle confesado fielmente. En toda nación el que cree
de corazón en el Señor Jesús se salva. Fuera de esta iglesia, y no
de la de Roma, es donde nadie puede salvarse” (D’Aubigné, lib. 8,
cap. II). Como resultado de la conferencia, uno de los diputados del
obispo se convirtió a la fe reformada.
El concejo se abstuvo de proceder contra Zuinglio, y Roma se
preparó para un nuevo ataque. Cuando el reformador se vio amena-
zado por los planes de sus enemigos, exclamó: “¡Que vengan contra
mí! Yo los temo lo mismo que un peñasco escarpado teme las olas
que se estrellan a sus pies” (Wylie, lib. 8, cap. II). Los esfuerzos de
los eclesiásticos solo sirvieron para adelantar la causa que querían
aniquilar. La verdad seguía cundiendo. En Alemania, los adherentes
abatidos por la desaparición inexplicable de Lutero, cobraron nuevo
aliento al notar los progresos del evangelio en Suiza.
A medida que la Reforma se fue afianzando en Zúrich, se vieron
más claramente sus frutos en la supresión del vicio y en el dominio
del orden y de la armonía. “La paz tiene su habitación en nuestro
pueblo—escribía Zuinglio—; no hay disputas, ni hipocresías, ni
envidias, ni escándalos. ¿De dónde puede venir tal unión sino del
Señor y de la doctrina que enseñamos, la cual nos colma de los frutos
de la piedad y de la paz?” (
ibíd
., cap. 15).
Las victorias obtenidas por la Reforma indujeron a los romanis-
tas a hacer esfuerzos más resueltos para dominarla. Viendo cuán
poco habían logrado con la persecución para suprimir la obra de
Lutero en Alemania, decidieron atacar a la Reforma con sus mismas
armas. Sostendrían una discusión con Zuinglio y encargándose de
los asuntos se asegurarían el triunfo al elegir no solo el lugar en que
se llevaría a efecto el acto, sino también los jueces que decidirían
de parte de quién estaba la verdad. Si lograban por una vez tener
a Zuinglio en su poder, tendrían mucho cuidado de que no se les
escapase. Una vez acallado el jefe, todo el movimiento sería pronto
aplastado. Este plan, por supuesto, se mantuvo en la mayor reserva.
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