Página 170 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
El mesonero de Ecolampadio, que tenía ocasión de espiarlo en su
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habitación, le veía siempre ocupado en el estudio o en la oración y
declaró admirado que el hereje era “muy piadoso”.
En la conferencia, “Eck subía orgullosamente a un púlpito so-
berbiamente decorado, en tanto que el humilde Ecolampadio, pobre-
mente vestido, estaba obligado a sentarse frente a su adversario en
tosca plataforma” (
ibíd
.). La voz estentórea de aquel y la seguridad
de que se sentía poseído, nunca le abandonaron. Su celo era estimu-
lado tanto por la esperanza del oro como por la de la fama; porque el
defensor de la fe iba a ser recompensado con una hermosa cantidad.
A falta de mejores argumentos, recurría a insultos y aun blasfemias.
Ecolampadio, modesto y desconfiado de sí mismo, había rehui-
do el combate, y entró en él con esta solemne declaración: “No
reconozco otra norma de juicio que la Palabra de Dios” (
ibíd
.). Si
bien de carácter manso y de modales corteses, demostró capacidad y
entereza. En tanto que los romanistas, según su costumbre, apelaban
a las tradiciones de la iglesia, el reformador se adhería firmemente
a las Escrituras. “En nuestra Suiza—dijo—las tradiciones carecen
de fuerza a no ser que estén de acuerdo con la constitución; y en
asuntos de fe, la Biblia es nuestra única constitución” (
ibíd
.).
El contraste entre ambos contendientes no dejó de tener su efecto.
La serena e inteligente argumentación del reformador, el cual se
expresaba con tan noble mansedumbre y modestia, impresionó a los
que veían con desagrado las orgullosas pretensiones de Eck.
El debate se prolongó durante dieciocho días. Al terminarlo los
papistas cantaron victoria con gran confianza, y la dieta declaró
vencidos a los reformadores y todos ellos, con Zuinglio, su jefe,
separados de la iglesia. Pero los resultados de esta conferencia reve-
laron de qué parte estuvo el triunfo. El debate tuvo por consecuencia
un gran impulso de la causa protestante, y no mucho después las
importantes ciudades de Berna y Basilea se declararon en favor de
la Reforma.
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