Página 206 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
falsos maestros, París, como en otro tiempo Jerusalén, no conoció
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el tiempo de su visitación ni las cosas que pertenecían a su paz.
Durante dos años fue predicada la Palabra de Dios en la capital;
pero si bien muchas personas aceptaban el evangelio, la mayoría del
pueblo lo rechazaba. Francisco había dado pruebas de tolerancia por
mera conveniencia personal, y los papistas lograron al fin recuperar
su privanza. De nuevo fueron clausuradas las iglesias y se levantó la
hoguera.
Calvino permanecía aún en París, preparándose por medio del
estudio, la oración y la meditación, para su trabajo futuro, y seguía
derramando luz. Pero, al fin, se hizo sospechoso. Las autoridades
acordaron entregarlo a las llamas. Creyéndose seguro en su retiro no
pensaba en el peligro, cuando sus amigos llegaron apresurados a su
estancia para darle aviso de que llegaban emisarios para aprehender-
le. En aquel instante se oyó que llamaban con fuerza en el zaguán.
No había pues ni un momento que perder. Algunos de sus amigos
detuvieron a los emisarios en la puerta, mientras otros le ayudaban
a descolgarse por una ventana, para huir luego precipitadamente
hacia las afueras de la ciudad. Encontrando refugio en la choza de
un labriego, amigo de la Reforma, se disfrazó con la ropa de él, y
llevando al hombro un azadón, emprendió viaje. Caminando hacia
el sur volvió a hallar refugio en los dominios de Margarita (Véase
D’Aubigné,
Histoire de la Réformation au temps de Calvin
, lib. 2,
cap. 30).
Allí permaneció varios meses, seguro bajo la protección de ami-
gos poderosos, y ocupado como anteriormente en el estudio. Empero
su corazón estaba empeñado en evangelizar a Francia y no podía
permanecer mucho tiempo inactivo. Tan pronto como escampó la
tempestad, buscó nuevo campo de trabajo en Poitiers, donde ha-
bía una universidad y donde las nuevas ideas habían encontrado
aceptación. Personas de todas las clases sociales oían con gusto el
evangelio. No había predicación pública, pero en casa del magistra-
do principal, en su propio aposento, y a veces en un jardín público,
explicaba Calvino las palabras de vida eterna a aquellos que desea-
ban oírlas. Después de algún tiempo, como creciese el número de
oyentes, se pensó que sería más seguro reunirse en las afueras de la
ciudad. Se escogió como lugar de culto una cueva que se encontraba
en la falda de una profunda quebrada, en un sitio escondido por