Página 21 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El destino del mundo predicho
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súbita y misteriosa tristeza. Él, el Hijo de Dios, el Prometido de
Israel, que había vencido a la muerte arrebatándole sus cautivos,
lloraba, no presa de común abatimiento, sino dominado por intensa
e irreprimible agonía.
No lloraba por sí mismo, por más que supiera adonde iba: el
Getsemaní, lugar de su próxima y terrible agonía, que se extendía
ante su vista. La puerta de las ovejas se divisaba también; por ella
habían entrado durante siglos y siglos la víctimas para el sacrificio, y
pronto iba a abrirse para él, cuando “como cordero” fuera “llevado al
matadero”.
Isaías 53:7
. Poco más allá se destacaba el Calvario, lugar
de la crucifixión. Sobre la senda que pronto le tocaría recorrer, iban
a caer densas y horrorosas tinieblas mientras él entregaba su alma en
expiación por el pecado. No era, sin embargo, la contemplación de
aquellas escenas lo que arrojaba sombras sobre el Señor en aquella
hora de gran regocijo, ni tampoco el presentimiento de su angustia
sobrehumana lo que nublaba su alma generosa. Lloraba por el fatal
destino de los millares de Jerusalén, por la ceguedad y por la dureza
de corazón de aquellos a quienes él viniera a bendecir y salvar.
La historia de más de mil años durante los cuales Dios extendiera
su favor especial y sus tiernos cuidados en beneficio de su pueblo
escogido, desarrollábase ante los ojos de Jesús. Allí estaba el monte
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Moriah, donde el hijo de la promesa, cual mansa víctima que se
entrega sin resistencia, fue atado sobre el altar como emblema del
sacrificio del Hijo de Dios. Allí fue donde se lo habían confirmado
al padre de los creyentes el pacto de bendición y la gloriosa promesa
de un Mesías.
Génesis 22:9, 16-18
. Allí era donde las llamas del
sacrificio, al ascender al cielo desde la era de Ornán, habían des-
viado la espada del ángel exterminador (
1 Crónicas 21
), símbolo
adecuado del sacrificio de Cristo y de su mediación por los culpa-
bles. Jerusalén había sido honrada por Dios sobre toda la tierra. El
Señor había “elegido a Sión; la quiso por morada suya”.
Salmos
132:13 (RV95)
. Allí habían proclamado los santos profetas durante
siglos y siglos sus mensajes de amonestación. Allí habían mecido
los sacerdotes sus incensarios y había subido hacia Dios el humo del
incienso, mezclado con las plegarias de los adoradores. Allí había
sido ofrecida día tras día la sangre de los corderos sacrificados, que
anunciaban al Cordero de Dios que había de venir al mundo. Allí
había manifestado Jehová su presencia en la nube de gloria, sobre el