Página 297 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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América, tierra de libertad
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iglesias protestantes de América—lo mismo que las de Europa—tan
favorecidas al recibir las bendiciones de la Reforma, dejaron de avan-
zar en el camino que ella les había trazado. Si bien es verdad que de
tiempo en tiempo surgieron hombres fieles que proclamaron nuevas
verdades y denunciaron el error tanto tiempo acariciado, la mayoría,
como los judíos en el tiempo de Cristo, o como los papistas en el
de Lutero, se contentaba con creer lo que sus padres habían creído,
y con vivir como ellos habían vivido. De consiguiente la religión
degeneró de nuevo en formalismo; y los errores y las supersticiones
que hubieran podido desaparecer de haber seguido la iglesia avan-
zando en la luz de la Palabra de Dios, se conservaron y siguieron
practicándose. De este modo, el espíritu inspirado por la Reforma
murió paulatinamente, hasta que llegó a sentirse la necesidad de una
reforma en las iglesias protestantes tanto como se necesitara en la
iglesia romana en tiempo de Lutero. Se notaba el mismo estupor
espiritual y la misma mundanalidad, la misma reverencia hacia las
opiniones de los hombres, y la sustitución de teorías humanas en
lugar de las enseñanzas de la Palabra de Dios.
La vasta circulación que alcanzó la Biblia en los comienzos del
siglo XIX, y la abundante luz que de esa manera se esparció por
todo el mundo, no fue seguida por el adelanto correspondiente en el
conocimiento de la verdad revelada, ni en la religión experimental.
Satanás no pudo, como en las edades pasadas, quitarle al pueblo la
Palabra de Dios, que había sido puesta al alcance de todos; pero para
poder alcanzar su objeto indujo a muchos a tenerla en poca estima.
Los hombres descuidaron el estudio de las Sagradas Escrituras y
siguieron aceptando interpretaciones torcidas y falsas y conservando
doctrinas que no tenían fundamento alguno en la Biblia.
Viendo el fracaso de sus esfuerzos para destruir la verdad por
medio de la persecución, Satanás había recurrido de nuevo al plan
de transigencias que condujo a la apostasía y a la formación de la
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iglesia de Roma. Había inducido a los cristianos a que se aliasen,
no con los paganos, sino con aquellos que por su devoción a las
cosas de este mundo demostraban ser tan idólatras como los mismos
adoradores de imágenes. Y los resultados de esta unión no fueron
menos perniciosos entonces que en épocas anteriores; el orgullo y
el despilfarro fueron fomentados bajo el disfraz de la religión, y se
corrompieron las iglesias. Satanás siguió pervirtiendo las doctrinas