Página 386 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

382
El Conflicto de los Siglos
verdaderamente en sus corazones. Habían salido a recibir al Señor,
llenas de esperanza en la perspectiva de una recompensa inmediata;
pero no estaban preparadas para la tardanza ni para el contratiempo.
Cuando vinieron las pruebas, su fe vaciló, y sus luces se debilitaron.
“Tardándose, pues, el esposo, cabecearon todas, y se durmieron”.
La tardanza del esposo representa la expiración del plazo en que
se esperaba al Señor, el contratiempo y la demora aparente. En ese
momento de incertidumbre, el interés de los superficiales y de los
sinceros a medias empezó a vacilar y cejaron en sus esfuerzos; pero
aquellos cuya fe descansaba en un conocimiento personal de la
Biblia, tenían bajo los pies una roca que no podía ser barrida por las
olas de la contrariedad. “Cabecearon todas, y se durmieron”; una
clase de cristianos se sumió en la indiferencia y abandonó su fe, la
otra siguió esperando pacientemente hasta que se le diese mayor
luz. Sin embargo, en la noche de la prueba esta segunda categoría
pareció perder, hasta cierto punto, su ardor y devoción. Los tibios y
superficiales no podían seguir apoyándose en la fe de sus hermanos.
Cada cual debía sostenerse por sí mismo o caer.
Por aquel entonces, despuntó el fanatismo. Algunos que habían
profesado creer férvidamente en el mensaje rechazaron la Palabra
de Dios como guía infalible, y pretendiendo ser dirigidos por el
Espíritu, se abandonaron a sus propios sentimientos, impresiones e
imaginación. Había quienes manifestaban un ardor ciego y fanático,
y censuraban a todos los que no querían aprobar su conducta. Sus
ideas y sus actos inspirados por el fanatismo no encontraban simpatía
[393]
entre la gran mayoría de los adventistas; no obstante sirvieron para
atraer oprobio sobre la causa de la verdad.
Satanás estaba tratando de oponerse por este medio a la obra
de Dios y destruirla. El movimiento adventista había conmovido
grandemente a la gente, se habían convertido miles de pecadores,
y hubo hombres sinceros que se dedicaron a proclamar la verdad,
hasta en el tiempo de la tardanza. El príncipe del mal estaba per-
diendo sus súbditos, y para echar oprobio sobre la causa de Dios,
trató de engañar a algunos de los que profesaban la fe, y de trocarlos
en extremistas. Luego sus agentes estaban listos para aprovechar
cualquier error, cualquier falta, cualquier acto indecoroso, y presen-
tarlo al pueblo en la forma más exagerada, a fin de hacer odiosos
a los adventistas y la fe que profesaban. Así, cuanto mayor era el