Página 403 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El templo de Dios
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Además, el tabernáculo construído por Moisés fue hecho según
un modelo. El Señor le ordenó: “Conforme a todo lo que yo te
mostrare, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus vasos,
así lo haréis”. Y le mandó además: “Mira, y hazlos conforme a su
modelo, que te ha sido mostrado en el monte”.
Éxodo 25:9, 40
. Y
San Pablo dice que el primer tabernáculo “era una parábola para
aquel tiempo entonces presente; conforme a la cual se ofrecían
dones y sacrificios”; que sus santos lugares eran “representaciones
de las cosas celestiales”; que los sacerdotes que presentaban las
ofrendas según la ley, ministraban lo que era “la mera representación
y sombra de las cosas celestiales”, y que “no entró Cristo en un lugar
santo hecho de mano, que es una mera representación del verdadero,
sino en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios por
nosotros”.
Hebreos 9:9, 23
;
8:5
;
Hebreos 9:24 (VM)
.
El santuario celestial, en el cual Jesús ministra, es el gran modelo,
del cual el santuario edificado por Moisés no era más que trasun-
to. Dios puso su Espíritu sobre los que construyeron el santuario
terrenal. La pericia artística desplegada en su construcción fue una
manifestación de la sabiduría divina. Las paredes tenían aspecto
de oro macizo, y reflejaban en todas direcciones la luz de las siete
lámparas del candelero de oro. La mesa de los panes de la proposi-
ción y el altar del incienso relucían como oro bruñido. La magnífica
cubierta que formaba el techo, recamada con figuras de ángeles, en
azul, púrpura y escarlata, realzaba la belleza de la escena. Y más allá
del segundo velo estaba la santa Shekina, la manifestación visible
de la gloria de Dios, ante la cual solo el sumo sacerdote podía entrar
y sobrevivir.
El esplendor incomparable del tabernáculo terrenal reflejaba a
la vista humana la gloria de aquel templo celestial donde Cristo
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nuestro precursor ministra por nosotros ante el trono de Dios. La
morada del Rey de reyes, donde miles y miles ministran delante
de él, y millones de millones están en su presencia (
Daniel 7:10
);
ese templo, lleno de la gloria del trono eterno, donde los serafines,
sus flamantes guardianes, cubren sus rostros en adoración, no podía
encontrar en la más grandiosa construcción que jamás edificaran
manos humanas, más que un pálido reflejo de su inmensidad y de
su gloria. Con todo, el santuario terrenal y sus servicios revelaban