Página 41 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La fe de los mártires
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como la causa de las mayores calamidades: hambres, pestes y terre-
motos. Como eran objeto de los odios y sospechas del pueblo, no
faltaban los delatores que por vil interés estaban listos para vender
a los inocentes. Se los condenaba como rebeldes contra el imperio,
enemigos de la religión y azotes de la sociedad. Muchos eran arroja-
dos a las fieras o quemados vivos en los anfiteatros. Algunos eran
crucificados; a otros los cubrían con pieles de animales salvajes y
los echaban a la arena para ser despedazados por los perros. Estos
suplicios constituían a menudo la principal diversión en las fiestas
populares. Grandes muchedumbres solían reunirse para gozar de
semejantes espectáculos y saludaban la agonía de los moribundos
con risotadas y aplausos.
Doquiera fuesen los discípulos de Cristo en busca de refugio, se
les perseguía como a animales de rapiña. Se vieron pues obligados
a buscar escondite en lugares desolados y solitarios. Anduvieron
“destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era
digno), andando descaminados por los desiertos y por las montañas,
y en las cuevas y en las cavernas de la tierra”.
Hebreos 11:37, 38
(VM)
. Las catacumbas ofrecieron refugio a millares de cristianos.
Debajo de los cerros, en las afueras de la ciudad de Roma, se habían
cavado a través de tierra y piedra largas galerías subterráneas, cuya
oscura e intrincada red se extendía leguas más allá de los muros
de la ciudad. En estos retiros los discípulos de Cristo sepultaban
a sus muertos y hallaban hogar cuando se sospechaba de ellos y
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se los proscribía. Cuando el Dispensador de la vida despierte a los
que pelearon la buena batalla, muchos mártires de la fe de Cristo se
levantarán de entre aquellas cavernas tenebrosas.
En las persecuciones más encarnizadas, estos testigos de Jesús
conservaron su fe sin mancha. A pesar de verse privados de toda
comodidad y aun de la luz del sol mientras moraban en el oscuro
pero benigno seno de la tierra, no profirieron quejas. Con palabras
de fe, paciencia y esperanza, se animaban unos a otros para soportar
la privación y la desgracia. La pérdida de todas las bendiciones
temporales no pudo obligarlos a renunciar a su fe en Cristo. Las
pruebas y la persecución no eran sino peldaños que los acercaban
más al descanso y a la recompensa.
Como los siervos de Dios en los tiempos antiguos, muchos “fue-
ron muertos a palos, no admitiendo la libertad, para alcanzar otra