Página 506 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Pero los que dudan de las promesas de Dios y desconfían de las
seguridades de su gracia, le deshonran; y su influencia, en lugar de
atraer a otros hacia Cristo, tiende a apartarlos de él; son como los
árboles estériles que extienden a lo lejos sus tupidas ramas, las cuales
privan de la luz del sol a otras plantas y hacen que estas languidezcan
y mueran bajo la fría sombra. La carrera de esas personas resultara
como un acto continuo de acusación contra ellas. Las semillas de
duda y escepticismo que están propagando producirán infaliblemente
su cosecha.
No hay más que una línea de conducta que puedan seguir los que
desean sinceramente librarse de las dudas. En lugar de ponerlo todo
en tela de juicio y de entregarse a cavilaciones acerca de cosas que
no entienden, presten atención a la luz que ya está brillando en ellos
y recibirán aún más luz. Cumplan todo deber que su inteligencia ha
entendido y así se pondrán en condición de comprender y realizar
también los deberes respecto a los cuales les quedan dudas.
Satanás puede presentar una impostura tan parecida a la verdad,
que engañe a todos los que están dispuestos, a ser engañados y que
retroceden ante la abnegación y los sacrificios reclamados por la
verdad; pero no puede de ningún modo retener en su poder una
sola alma que desee sinceramente y a todo trance conocer la verdad.
Cristo es la verdad y “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre
que viene a este mundo”.
Juan 1:9
. El espíritu de verdad ha sido
enviado para guiar a los hombres en toda verdad. Y la siguiente de-
claración ha sido hecha bajo la autoridad del Hijo de Dios: “Buscad,
y hallaréis”. “El que quisiere hacer su voluntad [del Padre], conocerá
de la doctrina”.
Mateo 7:7
;
Juan 7:17
.
Los discípulos de Cristo saben muy poco de las tramas que
Satanás y sus huestes urden contra ellos. Pero el que está sentado, en
los cielos hará servir todas esas maquínaciones para el cumplimiento
de sus altos designios. Si el Señor permite que su pueblo pase por el
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fuego de la tentación, no es porque se goce en sus penas y aflicciones,
sino porque esas pruebas son necesarias para su victoria final. Él
no podría, en conformidad con su propia gloria, preservarlo de la
tentación; pues el objeto de la prueba es precisamente prepararlo
para resistir a todas las seducciones del mal.
Ni los impíos ni los demonios pueden oponerse a la obra de Dios
o privar de su presencia a su pueblo, siempre que este quiera con