Página 553 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La libertad de conciencia amenazada
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miento de dichas predicciones. Los maestros protestantes presentan
los mismos asertos de autoridad divina en favor de la observancia
del domingo y adolecen de la misma falta de evidencias bíblicas que
los dirigentes papales cuando fabricaban milagros para suplir la falta
de un mandamiento de Dios. Se repetirá el aserto de que los juicios
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de Dios caerán sobre los hombres en castigo por no haber observado
el domingo como día de reposo. Ya se oyen voces en este sentido. Y
un movimiento en favor de la observancia obligatoria del domingo
está ganando cada vez más terreno.
La sagacidad y astucia de la iglesia romana asombran. Puede
leer el porvenir. Se da tiempo viendo que las iglesias protestantes le
están rindiendo homenaje con la aceptación del falso día de reposo y
que se preparan a imponerlo con los mismos medios que ella empleó
en tiempos pasados. Los que rechazan la luz de la verdad buscarán
aún la ayuda de este poder que se titula infalible, a fin de exaltar una
institución que debe su origen a Roma. No es difícil prever cuán
apresuradamente ella acudirá en ayuda de los protestantes en este
movimiento. ¿Quién mejor que los jefes papistas para saber cómo
entendérselas con los que desobedecen a la iglesia?
La Iglesia Católica romana, con todas sus ramificaciones en el
mundo entero, forma una vasta organización dirigida por la sede
papal, y destinada a servir los intereses de esta. Instruye a sus millo-
nes de adeptos en todos los países del globo, para que se consideren
obligados a obedecer al papa. Sea cual fuere la nacionalidad o el
gobierno de estos, deben considerar la autoridad de la iglesia como
por encima de todas las demás. Aunque juren fidelidad al estado,
siempre quedará en el fondo el voto de obediencia a Roma que los
absuelve de toda promesa contraria a los intereses de ella.
La historia prueba lo astuta y persistente que es en sus esfuerzos
por inmiscuirse en los asuntos de las naciones, y para favorecer sus
propios fines, aun a costa de la ruina de príncipes y pueblos, una
vez que logró entrar. En el año 1204, el papa Inocencio III arrancó
de Pedro II, rey de Aragón, este juramento extraordinario: “Yo,
Pedro, rey de los aragoneses, declaro y prometo ser siempre fiel y
obediente a mi señor, el papa Inocencio, a sus sucesores católicos y a
la iglesia romana, y conservar mi reino en su obediencia, defendiendo
la religión católica y persiguiendo la perversidad herética” (John
Dowling,
The History of Romanism
, lib. 5, cap. 6, sec. 55). Esto está