En la encrucijada de los caminos
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él. Se decretó que sus doctrinas fueran condenadas inmediatamente.
Se concedió un plazo de sesenta días al reformador y a sus correli-
gionarios, al cabo de los cuales, si no se retractaban, serían todos
excomulgados.
Fué un tiempo de crisis terrible para la Reforma. Durante siglos
la sentencia de excomunión pronunciada por Roma había sumido
en el terror a los monarcas más poderosos, y había llenado los más
soberbios imperios con desgracias y desolaciones. Aquellos sobre
quienes caía la condenación eran mirados con espanto y horror;
quedaban incomunicados de sus semejantes y se les trataba como a
bandidos a quienes se debía perseguir hasta exterminarlos. Lutero no
ignoraba la tempestad que estaba a punto de desencadenarse sobre
él; pero se mantuvo firme, confiando en que Cristo era su escudo
y fortaleza. Con la fe y el valor de un mártir, escribía: “¿Qué va
a suceder? No lo sé, ni me interesa saberlo... Sea donde sea que
estalle el rayo, permanezco sin temor; ni una hoja del árbol cae sin
el beneplácito de nuestro Padre celestial; ¡cuánto menos nosotros!
Es poca cosa morir por el Verbo, pues que este Verbo se hizo carne
y murió por nosotros; con él resucitaremos, si con él morimos; y
pasando por donde pasó, llegaremos adonde llegó, y moraremos con
él durante la eternidad.”—
Id.,
cap.9.
[152]
Cuando tuvo conocimiento de la bula papal, dijo: “La desprecio
y la ataco como impía y mentirosa... El mismo Cristo es quien está
condenado en ella... Me regocijo de tener que sobrellevar algunos
males por la más justa de las causas. Me siento ya más libre en mi
corazón; pues sé finalmente que el papa es el Anticristo, y que su
silla es la de Satanás.”—
Ibid
.
Sin embargo el decreto de Roma no quedó sin efecto. La cárcel,
el tormento y la espada eran armas poderosas para imponer la obe-
diencia. Los débiles y los supersticiosos temblaron ante el decreto
del papa, y si bien era general la simpatía hacia Lutero, muchos con-
sideraron que la vida era demasiado cara para arriesgarla en la causa
de la Reforma. Todo parecía indicar que la obra del reformador iba
a terminar.
Pero Lutero se mantuvo intrépido. Roma había lanzado sus
anatemas contra él, y el mundo pensaba que moriría o se daría
por vencido. Pero con irresistible fuerza Lutero devolvió a Roma la
sentencia de condenación, y declaró públicamente que había resuelto