Página 155 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Un campeón de la verdad
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distinción, clérigos y laicos. “El pequeño cuarto del doctor—escribía
Spalatino—no podía contener a todos los que acudían a verle.”—
Martyn, tomo 1, pág. 404. El pueblo le miraba como si fuese algo
más que humano. Y aun los que no creían en sus enseñanzas, no
podían menos que admirar en él la sublime integridad que le hacía
desafiar la muerte antes que violar los dictados de su conciencia.
Se hicieron esfuerzos supremos para conseguir que Lutero con-
sintiera en transigir con Roma. Príncipes y nobles le manifestaron
que si persistía en sostener sus opiniones contra la iglesia y los
concilios, pronto se le desterraría del imperio y entonces nadie le
defendería. A esto respondió el reformador: “El Evangelio de Cristo
no puede ser predicado sin escándalo... ¿Cómo es posible que el
temor o aprensión de los peligros me desprenda del Señor y de su
Palabra divina, que es la única verdad? ¡No; antes daré mi cuerpo,
mi sangre y mi vida!”—D’Aubigné, lib. 7, cap. 10.
Se le instó nuevamente a someterse al juicio del emperador,
pues entonces no tendría nada que temer. “Consiento de veras—
dijo—en que el emperador, los príncipes y aun los más humildes
cristianos, examinen y juzguen mis libros; pero bajo la condición
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de que tomarán por norma la Sagrada Escritura. Los hombres no
tienen más que someterse a ella. Mi conciencia depende de ella, y
soy esclavo de su observancia.”—
Ibid
.
En respuesta a otra instancia, dijo: “Consiento en renunciar al
salvoconducto. Abandono mi persona y mi vida entre las manos
del emperador, pero la Palabra de Dios, ¡nunca!”—
Ibid
. Expresó
que estaba dispuesto a someterse al fallo de un concilio general,
pero con la condición expresa de que el concilio juzgara según
las Escrituras. “En lo que se refiere a la Palabra de Dios y a la
fe—añadió—cada cristiano es tan buen juez como el mismo papa
secundado por un millón de concilios.”—Martyn, tomo 1, pág. 410.
Finalmente los amigos y los enemigos de Lutero se convencieron de
que todo esfuerzo encaminado a una reconciliación sería inútil.
Si el reformador hubiera cedido en un solo punto, Satanás y sus
ejércitos habrían ganado la victoria. Pero la inquebrantable firmeza
de él fué el medio de emancipar a la iglesia y de iniciar una era nueva
y mejor. La influencia de este solo hombre que se atrevió a pensar y
a obrar por sí mismo en materia de religión, iba a afectar a la iglesia
y al mundo, no sólo en aquellos días sino en todas las generaciones