Página 168 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
temas en los cuales se espaciaba. “En Adán—decía él—todos somos
muertos, hundidos en corrupción y en condenación.”—Wylie, lib. 8,
cap. 9. Pero “Jesucristo ... nos ha dado una redención que no tiene
fin... Su muerte aplaca continuamente la justicia divina en favor
de todos aquellos que se acogen a aquel sacrificio con fe firme e
inconmovible.” Y explicaba que el hombre no podía disfrutar de la
gracia de Cristo, si seguía en el pecado. “Donde se cree en Dios,
allí está Dios; y donde está Dios, existe un celo que induce a obrar
bien.”—D’Aubigné, lib. 8, cap. 9.
Creció tanto el interés en las predicaciones de Zuinglio, que la
catedral se llenaba materialmente con las multitudes de oyentes que
acudían para oírle. Poco a poco, a medida que podían soportarla, el
predicador les exponía la verdad. Cuidaba de no introducir, desde el
principio, puntos que los alarmasen y creasen en ellos prejuicios. Su
obra era ganar sus corazones a las enseñanzas de Cristo, enternecer-
los con su amor y hacerles tener siempre presente su ejemplo; y a
medida que recibieran los principios del Evangelio, abandonarían
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inevitablemente sus creencias y prácticas supersticiosas.
Paso a paso avanzaba la Reforma en Zurich. Alarmados, los
enemigos se levantaron en activa oposición. Un año antes, el fraile
de Wittenberg había lanzado su “No” al papa y al emperador en
Worms, y ahora todo parecía indicar que también en Zurich iba a
haber oposición a las exigencias del papa. Fueron dirigidos repetidos
ataques contra Zuinglio. En los cantones que reconocían al papa, de
vez en cuando algunos discípulos del Evangelio eran entregados a
la hoguera, pero esto no bastaba; el que enseñaba la herejía debía
ser amordazado. Por lo tanto, el obispo de Constanza envió tres
diputados al concejo de Zurich, para acusar a Zuinglio de enseñar al
pueblo a violar las leyes de la iglesia, con lo que trastornaba la paz y
el buen orden de la sociedad. Insistía él en que si se menospreciaba
la suprema autoridad de la iglesia, vendría como consecuencia una
anarquía general. Zuinglio replicó que por cuatro años había estado
predicando el Evangelio en Zurich, “y que la ciudad estaba más
tranquila que cualquiera otra ciudad de la confederación.” Preguntó:
“¿No es, por tanto, el cristianismo la mejor salvaguardia para la
seguridad general?”—Wylie, lib. 8, cap. 11.
Los diputados habían exhortado a los concejales a que no aban-
donaran la iglesia, porque, fuera de ella, decían, no hay salvación.