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El Conflicto de los Siglos
Evangelio, no permitió que su pastor se expusiera a este peligro. En
Zurich estaba siempre listo para recibir a todos los partidarios de
Roma que ésta pudiera enviar; pero ir a Baden, donde poco antes se
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había derramado la sangre de los martirizados por causa de la verdad,
era lo mismo que exponerse a una muerte segura. Ecolampadio
y Haller fueron elegidos para representar a los reformadores, en
tanto que el famoso doctor Eck, sostenido por un ejército de sabios
doctores y prelados, era el campeón de Roma.
Aunque Zuinglio no estaba presente en aquella conferencia, ejer-
ció su influencia en ella. Los secretarios todos fueron elegidos por
los papistas, y a todos los demás se les prohibió que sacasen apuntes,
so pena de muerte. A pesar de esto, Zuinglio recibía cada día un
relato fiel de cuanto se decía en Baden. Un estudiante que asistía al
debate, escribía todas las tardes cuantos argumentos habían sido pre-
sentados, y otros dos estudiantes se encargaban de llevar a Zuinglio
estos papeles, juntamente con cartas de Ecolampadio. El reformador
contestaba dando consejos y proponiendo ideas. Escribía sus cartas
durante la noche y por la mañana los estudiantes regresaban con ellas
a Baden. Para burlar la vigilancia de la guardia en las puertas de la
ciudad, estos mensajeros llevaban en la cabeza sendos canastos con
aves de corral, de modo que se les dejaba entrar sin inconveniente
alguno.
Así sostuvo Zuinglio la batalla contra sus astutos antagonistas:
“Ha trabajado más—decía Miconius,—meditando y desvelándose,
y transmitiendo sus opiniones a Baden, de lo que hubiera hecho
disputando en medio de sus enemigos.”—D’Aubigné, lib. 11, cap.
13.
Los romanistas, engreídos con el triunfo que esperaban por anti-
cipado, habían llegado a Baden luciendo sus más ricas vestiduras y
brillantes joyas. Se regalaban a cuerpo de rey, cubrían sus mesas con
las viandas más preciadas y delicadas y con los vinos más selectos.
Aliviaban la carga de sus obligaciones eclesiásticas con banqueteos
y regocijos. Los reformadores presentaban un pronunciado contras-
te, y el pueblo los miraba casi como una compañía de pordioseros,
cuyas comidas frugales los detenían muy poco frente a la mesa.
El mesonero de Ecolampadio, que tenía ocasión de espiarlo en su
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habitación, le veía siempre ocupado en el estudio o en la oración y
declaró admirado que el hereje era “muy piadoso.”