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El Conflicto de los Siglos
“las cosas que se ven,” se lisonjeó de que la causa del emperador y
del papa quedaba firme, y muy débil la de los reformadores. Si éstos
sólo hubieran dependido del auxilio humano, habrían resultado tan
impotentes como los suponían los papistas. Pero aunque débiles en
[215]
número, y en desacuerdo con Roma, tenían fuerza. Apelaban “de las
decisiones de la dieta a la Palabra de Dios, y del emperador Carlos a
Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores.”—
Id,
. cap. 6.
Como Fernando se negara a tener en cuenta las convicciones de
los príncipes, decidieron éstos no hacer caso de su ausencia, sino
presentar sin demora su protesta ante el concilio nacional. Formulóse
en consecuencia la siguiente declaración que fué presentada a la
dieta:
“Protestamos por medio de este manifiesto, ante Dios, nuestro
único Creador, Conservador, Redentor y Salvador, y que un día será
nuestro Juez, como también ante todos los hombres y todas las
criaturas, y hacemos presente, que nosotros, en nuestro nombre, y
por nuestro pueblo, no daremos nuestro consentimiento ni nuestra
adhesión de manera alguna al propuesto decreto, en todo aquello que
sea contrario a Dios, a su santa Palabra, a los derechos de nuestra
conciencia, y a la salvación de nuestras almas.”
“¡Cómo! ¿Ratificar nosotros este edicto? No podemos admitir
que cuando el Dios todopoderoso llame a un hombre a su conoci-
miento, no se le permita abrazar este conocimiento divino.” “No
hay doctrina verdadera sino la que esté conforme con la Palabra
de Dios... El Señor prohibe la enseñanza de cualquiera otra doc-
trina... Las Santas Escrituras deberían explicarse con otros textos
más claros; ... este santo Libro es, en todo cuanto es necesario al
cristiano, de fácil interpretación, y propio para suministrar luces.
Estamos resueltos, por la gracia divina, a mantener la predicación
pura y exclusiva de la Palabra de Dios sola, tal como la contienen los
libros bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, sin alteraciones de
ninguna especie. Esta Palabra es la única verdad; es la regla segura
de toda doctrina y de toda vida, y no puede faltar ni engañarnos.
El que edifica sobre este fundamento estará firme contra todos los
poderes del infierno, mientras que cuanta vanidad se le oponga caerá
delante de Dios.”
[216]
“Por tanto, rechazamos el yugo que se nos impone.” “Al mismo
tiempo esperamos que su majestad imperial se portará con nosotros